Por segunda vez

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Por segunda vez - Por Jorge L. García Venturini

Diario “La Prensa”, 14/08/1975


La crítica crece. Voces hasta ayer calladas o complacientes (¡o cómplices!) parecen salir de su letargo y aprovechan una coyuntura favorable para ejercer el derecho a cuya pérdida parecían resignadas. Sin embargo, buena parte de estas voces se detienen en detalles secundarios y continúan padeciendo (mal que tiene ya varios años) una amnesia histórica que invalida el resto de sus observaciones.

La amnesia histórica es la negación de la historia. Porque el pasado, lo que pasó, ya no es. Y el futuro todavía no es. Sólo el presente es – como con tanta precisión dijera San Agustín – Pero es precisamente en el presente – este presente que somos y protagonizamos – donde están de alguna manera el pasado y el futuro. El futuro porque lo prevemos y el pasado porque lo recordamos. Y por esta circunstancia, el presente está hecho de pasado y de futuro. Y no habría, en rigor, presente sin esas dos otras instancias del tiempo que lo constituyen. De aquí la necesidad de no olvidar el pasado histórico, ni el lejano ni – con más razón – el cercano.
Sería amputar la historia y negar el presente en uno de sus ingredientes esenciales. Sería, pues, negarnos a nosotros mismos que estamos hechos de este pasado. Sería, en consecuencia, no entender este presente que somos y no poder avanzar hacia el futuro que seremos cuando el futuro, a su vez, se haga presente.

Por eso llama la atención que tantos observadores critiquen el momento que padecemos sin hacer mención alguna de lo que sucedió hace nada más que veinte años atrás, pasado protagonizado por estos mismos (nombre más o menos) que ahora nos han conducido a esta situación. ¿Es que acaso allá por agosto de 1955 no estaba el país en cesación de pagos con el exterior? ¿Es que acaso no padecía la población la crisis de vivienda y del transporte más grave de su historia? ¿Es qué acaso no se comió por aquellos años pan de harina oscura y proliferaron colas para comprar cualquier cosa? ¿Es que acaso desde 1948 no empezaron a circundar Buenos Aires las “villas miseria”? ¿Es que acaso no se dividían las veredas en pares e impares para utilizar la energía eléctrica? ¿Es que acaso no había comenzado hacía mediados de 1955 la desocupación? ¿Es que acaso no había en 1955 – hecho verdaderamente insólito – menos kilómetros de caminos hábiles que en 1946? ¿Es que acaso no faltaban por ese entonces toda clase de medicamentos y ya no se conseguían placas radiográficas y otros elementos esenciales? ¿Es que acaso no se generalizó el doble empleo para poder vivir? ¿Es que acaso no andaban mal, como nunca antes, todos los servicios públicos? ¿Es que acaso no se demoró en diez años la introducción de la televisión como hoy se demora la televisión en colores en relación a los demás países, incluso sudamericanos? Y así se podría llegar a una enumeración al infinito de un catálogo de calamidades que recuerdan perfectamente todos los que hayan cumplido treinta años. Los demás tienen la obligación de informarse.

Y eso, claro esta, sólo en el orden económico, que es el que parece preocupar más a los críticos de distinta extracción. Pero, igual que ahora, lo económico no fue - entonces – más que la consecuencia del absoluto desorden moral protagonizado en loas más altas esferas, todo ello acompañado por la propaganda partidista más asfixiante y servil, por la exaltación idolátrica, por la obsecuencia patológica, por la humillación cotidiana. ¿Qué hay, pues, de nuevo en este proceso que padece el país?

Hoy se denuncia la crisis económica. ¡Qué pobre perspectiva! Es cierto que el bolsillo tiene fuerte influencia sobre las conciencias, pero no deja de ser decepcionante que sólo se reaccione cuando los precios están altos y nada se diga cuando la moral está baja y ante graves perversiones de todo orden. Por eso resulta tragicómica esta apelación del oficialismo a todos los sectores para “salir de la crisis”. Al gobierno le sugerimos que busque la solución en la famosa “doctrina” y en las obras completas del líder (ahí hay soluciones para todos los males del mundo según él mismo loa anunciara reiteradamente), y a los demás les preguntamos: ¿Y si se sale de la crisis económica, qué? Supongamos que haciendo por un tiempo exactamente lo contrario de lo que se ha hecho se logre superar esta situación económica, ¿y lo demás? ¿Seguiremos con la propaganda totalitaria habitual? ¿Seguiremos con cada oficina pública convertida en un comité partidario con bustos, retratos, consignas, etcétera? ¿Seguiremos con la falta de garantías de todo orden, con la desinstitucionalización vigente, con la violación diaria de la Constitución, con la demolición de la historia, con el agravio a los próceres? ¿Seguiremos con los malos negocios hechos desde el poder, con la universidad desvirtuada, con la justicia ignorada y la prensa lesionada? ¿Seguiremos con el decoro ausente y el bombo presente? Cabría entonces decirles a los argentinos las palabras del drama shakesperiano: “Recordad, no sois madera ni piedra, sino hombres”.

Todo diagnóstico y toda terapia que olvide el pasado del enfermo y no tenga en cuenta el estado general del organismo no sirven para nada. El pasado está en el presente y el contexto general hace a cada aspecto en particular. Esto es válido para un individuo como para un cuerpo social. Ya decían los fabulistas griegos que no es de sabios caer dos veces en el mismo error. Pero al menos que esto sirva para que la segunda vez se acierte en el diagnóstico. No hacerlo, no sólo nos descalificaría como sabios sino que nos canonizaría como tantos.

Los hombres deambulan escépticos por la ciudad adormilada y por la historia desvirtuada. Las lámparas litúrgicas se apagan y una suerte de angustia metafísica invade las conciencias. Veinte años atrás ardían los templos de la fe. Pero Dios se sigue multiplicando a diario en manos de sus sacerdotes y en la cima de Sión aguarda el templo de la esperanza.

FUENTE: Diario “La Prensa”, 14/08/1975

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