Perón y el Fondo Monetario Internacional (FMI)

Perón y el Fondo Monetario

Por Hugo Gambini Para LA NACION
Martes 14 de marzo de 2006


La idea de que Perón manejaba los tiempos y empujaba o retrasaba la historia según su conveniencia ha sido siempre una verdad indiscutida para el peronismo. Ese, según parece, fue un componente muy importante de su arte de la conducción. Sin embargo, ni los hechos ocurridos, ni las fechas ni sus protagonistas pueden demostrar semejante disparate. Nadie maneja los tiempos, porque sería como decidir sobre las tormentas o los terremotos.


Claro que, con el correr de los años, el líder siempre inventaba una explicación, acomodando los hechos, porque su verdadero fuerte era la oratoria.


Un claro ejemplo de esto fue su relación con el Fondo Monetario. Como su gobierno de 1946 a 1955 no estuvo signado por ese organismo, quedó la impresión de que nunca le había interesado formar parte de él. Y eso, que hoy parece una proeza, fue al revés de como lo cuentan los peronistas.


El gobierno pidió la incorporación, pero no le contestaron, porque la Argentina de entonces no era confiable a los ojos de Estados Unidos. No la querían de asociada. Fue a principios de 1946 -hace cincuenta años- cuando el gobierno militar adhería a las conclusiones de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, realizada un año y medio antes en Breton-Woods, y solicitaba que por intermedio del Ministerio de Relaciones Exteriores se efectuaran las gestiones necesarias "para la incorporación de la República al Fondo Monetario Internacional y al Banco de Reconstrucción y Fomento".


Se acababa de realizar la primera asamblea de las Naciones Unidas y se invitaba a los países fundadores a constituir un nuevo organismo financiero y un banco. Esto ocurrió el 10 de enero; veinte días después, el gobierno militar reclamó su ingreso en el Fondo mediante el decreto 3185/46. Lo firmaban, además del presidente Edelmiro J. Farrell, sus ministros Felipe Urdapilleta, Humberto Sosa Molina, Juan I. Cooke, Amaro Avalos, José M. Astigueta, Abelardo Pantín y Pedro Marotta. Pero en nuestro país nadie se enteró, salvo los firmantes, porque el decreto sólo se conoció una vez que Perón estuvo instalado en la Casa Rosada.


Como se sabe, Farrell era un presidente títere. Perón le hizo firmar nada menos que el decreto que obligaba al comercio y a la industria a pagar un aguinaldo a sus empleados y obreros, medida decisiva para la campaña electoral. También firmó el pedido de ingreso al Fondo Monetario. Pero en el Norte se nos seguía observando con desconfianza: "Estados Unidos se negará a firmar un tratado de defensa interamericana en el que también participe el actual gobierno argentino", advertía el presidente Harry S. Truman. Cerca de él, el secretario de Estado, James F. Byrnes declaraba: "No ha variado nuestra política acerca de la Argentina".


Se nos acusaba de no haber cumplido la promesa de tomar medidas contra los agentes nazis ni haber respetado la libertad de prensa ni las libertades individuales, como decía el acta de Chapultepec, que acabábamos de firmar. En vez de eso, se le había adjudicado la ciudadanía argentina -para evitar su deportación- al empresario alemán Ludwig Freude, considerado agente nazi número uno. Eso motivó una fuerte nota de Joseph Newman, corresponsal en Buenos Aires del New York Herald Tribune.


Como Perón no quería enfrentarse más con Estados Unidos, había armado un texto que propiciaba el acercamiento. Esperó darlo a publicidad el 9 de febrero, cuando la Unión Democrática proclamaba la fórmula Tamborini-Mosca, para neutralizar su efecto. No se lo distribuyó en Buenos Aires, y el único periodista que lo recibió fue el corresponsal de la United Press, para que se publicara solamente en Nueva York. Pero por rebote se lo dio a conocer aquí. Decía cosas como ésta: "Debe ser labor fundamental del futuro gobierno argentino, según entiendo, propiciar una alta política de inteligencia con los Estados Unidos, estableciendo una fórmula equilibrada de simpatías e intereses entre los dos países, propendiendo a una efectiva comprensión mutua y disipando las reservas que actualmente traban un entendimiento verdadero". Y reclamaba: "Debemos traer al país capitales y técnicos americanos que, al propio tiempo que nos ayuden a desarrollar y robustecer nuestro progreso, contribuyan a hacernos sentir y comprender al pueblo norteamericano".


La respuesta fue contundente. A los tres días, el Departamento de Estado hizo público el famoso Libro Azul, plagado de acusaciones al gobierno argentino por colaborar con los nazis, lo que puso furioso al coronel, a quien se acusaba de preparar al país para la guerra. Es que un año y medio antes -el 10 de junio de 1944-, Perón había dicho en la Universidad de La Plata: "Las naciones pacíficas, como la nuestra, si quieren la paz, el mejor medio de conservarla es preparándose para la guerra". Había agregado: "Las Fuerzas Armadas constituyen la punta de la flecha, pero el resto, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta la mínima expresión de su energía y poderío", y proponía que "todo el resto de la Nación, sin excepción de ninguna especie, se prepare y juegue el rol que, en ese sentido, a cada uno le corresponde". Eran las ideas del mariscal prusiano Colman von der Goltz, autor de La nación en armas, un texto militar de principios de siglo.


Perón las puso en marcha cinco meses después, cuando el 17 de noviembre decretó el adiestramiento de los varones de 12 a 50 años, durante y después de la conscripción, y la creación de los servicios femeninos auxiliares.


Pero en vísperas electorales se dio cuenta de la ventaja de haber sido atacado por el gobierno norteamericano, pues eso agudizaba la xenofobia de los argentinos y ponía la situación a favor de él. Entonces tomó el toro por las astas y acusó directamente a Spruille Braden, a través del Libro Azul y Blanco, donde dijo: "El ex embajador en la Argentina y actual secretario ayudante de Estado es el autor convicto del documento que comentamos; las inexactitudes de hecho y las maliciosas interpretaciones que contiene son obra suya".


En verdad, Perón no levantó ninguna acusación y señaló que las actividades nazis se habían realizado durante el gobierno de Ramón S. Castillo, como si el régimen militar surgido en 1943 fuera ajeno a la cuestión. Prefirió usar a Braden como elemento de campaña y utilizó las radios para sostener: "La lucha del 24 puede resumirse en una elección entre Braden o Perón". En ese clima, era inútil pensar en una respuesta favorable al pedido de ingreso al FMI, pues había que esperar que el cuerpo directivo lo tratara. Y no había ningún ánimo de tratarlo.


Cuando ganó las elecciones, Perón insistió con el decreto a los pocos días de asumir el mando. Dice el Boletín Oficial del 26 de junio de 1946: "El gobierno de la Nación Argentina no puede permanecer indiferente a la reorganización financiera internacional de la comunidad de naciones de que forma parte; ha sido su norma de conducta cooperar con los organismos internacionales que tienden a realizar una acción conjunta de interés general en beneficio de todos los pueblos de las naciones amigas; y no obstante las restricciones a sus derechos que, en materia financiera, estos acuerdos presuponen, estima que su renuncia es un justo tributo a la armonía y sana cooperación entre los pueblos de la comunidad internacional".


Lo que quería era su aprobación. No quedar al margen del concierto de naciones. Ya no sentía a Braden como enemigo; le importaba mucho más revalidar a su gobierno frente las grandes potencias.


Tal vez eso explique por qué el 1o de agosto le declaraba a un corresponsal de United Press: "La Argentina es una parte del continente americano e inevitablemente se agrupará junto a Estados Unidos y las demás naciones americanas en todo conflicto futuro".


Nada que ver con la "tercera posición", de la que tanto hablaría años después.


Transcurrió el tiempo, y como no hubo respuesta el decreto no fue tratado en el Congreso. Se lo "cajoneó" a la espera de novedades que nunca se produjeron. Sólo dos años después, en julio de 1948, se decidió cancelar el pedido, porque "estos organismos, mientras conserven su actual estructura no se hallan en condiciones de cumplir con las finalidades de reorganización financiera internacional para los cuales fueron creados". No obstante, se señalaba del Gobierno: "Se halla de acuerdo con los elevados propósitos que han conducido al establecimiento del Fondo Monetario Internacional".


En esos dos años, Perón esperó que lo dejaran entrar al Fondo, pero en el Fondo nadie se interesó por él.