HOMENAJE AL GENERAL DON JOSÉ DE SAN MARTIN (1)
Sr. Nudelman. –Discrepando con parte de los fundamentos que lo desvirtúan, adherimos al homenaje (2).
Hay símbolos que son sagrados y deben respetarse en su integridad, ya que pertenecen en común a todos los argentinos y pueden ser el vínculo supremo de una Nación en los instantes supremos. Para nosotros, el único libertador que reverenciamos es el general don José de San Martín. Con ese concepto adherimos, con auténtica emoción, al homenaje propuesto al gran libertador de América.
Desde el Yapeyú mesopotámico de las misiones hasta el exilio voluntario, pobre y ciego, también voluntaria la elección del sitio de Boulonge en Francia, donde se acunó la libertad, fue siempre héroe de armonía suprema el Padre de la Patria.
Con voluntad de acero y genio visionario, trabajó por la independencia y felicidad de los pueblos que él había liberado.
Místico del pensamiento y de la acción, maestro inigualado de conducta moral, amó la libertad y la justicia, y eran para él sagrados los pueblos y los hombres. Por eso, al desembarcar en el Perú, repetía el mensaje primigenio dirigido a los ejércitos y pueblos de América, mensaje que fue de ayer y ya no morirá jamás: “El tiempo de la opresión y de la fuerza ha pasado. Yo vengo a poner término a esta época de dolor y de humillación. Yo soy un instrumento de la justicia, y la causa que defiendo es la causa del género humano.”
Idealista militante con sentido de trascendencia, tuvo toda la fuerza del poder en su mano y renunció al poder. Aseguró la libertad de los pueblos sin oprimir a los hombres.
Decía a sus soldados, en vísperas augurales: “No venís a realizar conquistas, sino a liberar pueblos.” Y con palabra precisa, de significado también preciso, enseñaba en Cuyo que “la libertad, ídolo de los pueblos libres, es aún despreciada por los siervos, porque no la conocen”. Y agregaba: “Para defender la libertad y sus derechos se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y, por consiguiente, capaces de sentir el intrínseco y no arbitrario valor de los bienes que proporciona un gobierno representativo”.
“Al Ejército de los Andes le queda la gloria de decir que en veinticuatro días hemos hecho la campaña de los Andes, pasamos las montañas más altas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”
Táctico y estratega, el general San Martín es grande entre los grandes, Alejandro (3), César (4) y Napoleón; sus hazañas tienen proporciones épicas: dominó el mar, laselva virgen y las cúspides bravías. Pero era guerrero que no quería la guerra. “He venido al Perú – decía en 1821 al virrey La Serna, en Punchauca- no a derramar sangre, sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde” Y al Virrey Pezuela, el enemigo: “Hagamos la guerra con humanidad, ya que hasta aquí no hemos podido hacer la paz sin contrariar los principios de los pueblos de América.” –“Nada eclipsa más –decía en alguna otra parte- el nombre de un general que el derramar inútilmente la sangre de sus semejantes.” (5)
Abnegado y modesto, renunció de verdad a los premios, a los honores y a los ascensos (6): sólo chambergo y poncho en San Lorenzo, apero criollo en Chacabuco y Maipú, donde abrazó al vencido. Creía en la cultura; y con los diez mil pesos que le donara el Cabildo después de la batalla de Chacabuco fundó la biblioteca de Santiago de Chile, diciendo a los cabildantes que “la ilustración es la llave maestra que abre las puertas de la independencia y hace felices a los pueblos”.
Único en la historia del renunciamiento, era de grandeza moral inigualada. No aceptó ser gobernador de Chile, ni el protectorado del Perú; y después de constituir sus instituciones fundamentales con vocación republicana y con respeto por la soberanía popular resignó el poder ante el Congreso Nacional.
En 1822, después de la entrevista de Guayaquil, escribía a Bolivar: “Los sentimientos de esta carta quedarán en el silencio. Si se traducen, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecer para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar el veneno de la discordia”
Comprendo el honor de ser soldado, y procedió en consecuencia. En 1829 se negó a aceptar la dictadura que en Buenos Aires le ofrecían los dos bandos en lucha (7), porque “un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen”. En el exilio solitario de Gran Bourg escribía: “Estoy y estaré retirado del mundo.”
Defendió la libre expresión de las ideas y el derecho republicano por medio “del arte libertador de la imprenta –decía-, por su eficacia civilizadora y su influencia en el destino de pueblos y gobiernos”.
Respetuoso de las opiniones ajenas decía a Artigas y a Estanislao López: “Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas.”
Despreció la adulación y rechazó los honores, la ostentación y la prebenda. Santo de la espada con jerarquía universal, por eso tiene su estatua en todos los pueblos de América y en muchos del viejo continente.
Después de la gloria, entró de noche en Buenos Aires, rechazando –después de la Independencia de Cuyo- la promoción al grado de brigadier general, diciendo: “Jamás recibiré una graduación mayor, y asegurando el estado de la dominación española, haré delegación de mi empleo para retirarme a pasar mis enfermos días en el retiro. Esta protesta hará un documento eterno de mis deseos. Me considero sobradamente recompensado con haber merecido la aprobación por el servicio que he hecho: es el único premio capaz de satisfacer el corazón de un hombre.” Y cumplió su palabra (6).
Ausente de la tentación mundana, tenía jerarquizados todos los órdenes de su conducta. Imponía, entre los deberes del honor militar, “la integridad en el manejo de los intereses públicos” y “no poner la mano a cualquier mujer, aunque haya sido insultado por ella”.
En las máximas a su hija Merceditas enseñó: “Inspirar amor a la verdad y desprecio a la mentira; hablar poco y lo preciso; despreciar el lujo; inspirar amor por la patria y por la libertad”.
El culto a su memoria le confunde con el culto a la libertad y la conducta moral. No se le puede honrar sin luchar por los principios por los que él lucho.
Hoy, que tanto necesitamos de su palabra y de su consejo, henos querido entablar este diálogo con su pensamiento y con su obra casi en emoción de plegaria, para decirle al cruzado de América, patrono de las armas argentinas que enseñó el camino de los libres a su bandera conversando con los cóndores: tu ejemplo y tu enseñanza da calor a nuestra devoción y a nuestra lucha. Por eso Andrade tiene razón: “No morirá su nombre, ni dejará de resonar un día, mientras haya en los Andes una roca, y un cóndor en su cúspide bravía.”
(¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos)
Fuente: “Justicia Social”, Santiago Israel Nudelman – Buenos Aires 1953 página 154 a 158.
Sr. Nudelman. –Discrepando con parte de los fundamentos que lo desvirtúan, adherimos al homenaje (2).
Hay símbolos que son sagrados y deben respetarse en su integridad, ya que pertenecen en común a todos los argentinos y pueden ser el vínculo supremo de una Nación en los instantes supremos. Para nosotros, el único libertador que reverenciamos es el general don José de San Martín. Con ese concepto adherimos, con auténtica emoción, al homenaje propuesto al gran libertador de América.
Desde el Yapeyú mesopotámico de las misiones hasta el exilio voluntario, pobre y ciego, también voluntaria la elección del sitio de Boulonge en Francia, donde se acunó la libertad, fue siempre héroe de armonía suprema el Padre de la Patria.
Con voluntad de acero y genio visionario, trabajó por la independencia y felicidad de los pueblos que él había liberado.
Místico del pensamiento y de la acción, maestro inigualado de conducta moral, amó la libertad y la justicia, y eran para él sagrados los pueblos y los hombres. Por eso, al desembarcar en el Perú, repetía el mensaje primigenio dirigido a los ejércitos y pueblos de América, mensaje que fue de ayer y ya no morirá jamás: “El tiempo de la opresión y de la fuerza ha pasado. Yo vengo a poner término a esta época de dolor y de humillación. Yo soy un instrumento de la justicia, y la causa que defiendo es la causa del género humano.”
Idealista militante con sentido de trascendencia, tuvo toda la fuerza del poder en su mano y renunció al poder. Aseguró la libertad de los pueblos sin oprimir a los hombres.
Decía a sus soldados, en vísperas augurales: “No venís a realizar conquistas, sino a liberar pueblos.” Y con palabra precisa, de significado también preciso, enseñaba en Cuyo que “la libertad, ídolo de los pueblos libres, es aún despreciada por los siervos, porque no la conocen”. Y agregaba: “Para defender la libertad y sus derechos se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y, por consiguiente, capaces de sentir el intrínseco y no arbitrario valor de los bienes que proporciona un gobierno representativo”.
“Al Ejército de los Andes le queda la gloria de decir que en veinticuatro días hemos hecho la campaña de los Andes, pasamos las montañas más altas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”
Táctico y estratega, el general San Martín es grande entre los grandes, Alejandro (3), César (4) y Napoleón; sus hazañas tienen proporciones épicas: dominó el mar, laselva virgen y las cúspides bravías. Pero era guerrero que no quería la guerra. “He venido al Perú – decía en 1821 al virrey La Serna, en Punchauca- no a derramar sangre, sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde” Y al Virrey Pezuela, el enemigo: “Hagamos la guerra con humanidad, ya que hasta aquí no hemos podido hacer la paz sin contrariar los principios de los pueblos de América.” –“Nada eclipsa más –decía en alguna otra parte- el nombre de un general que el derramar inútilmente la sangre de sus semejantes.” (5)
Abnegado y modesto, renunció de verdad a los premios, a los honores y a los ascensos (6): sólo chambergo y poncho en San Lorenzo, apero criollo en Chacabuco y Maipú, donde abrazó al vencido. Creía en la cultura; y con los diez mil pesos que le donara el Cabildo después de la batalla de Chacabuco fundó la biblioteca de Santiago de Chile, diciendo a los cabildantes que “la ilustración es la llave maestra que abre las puertas de la independencia y hace felices a los pueblos”.
Único en la historia del renunciamiento, era de grandeza moral inigualada. No aceptó ser gobernador de Chile, ni el protectorado del Perú; y después de constituir sus instituciones fundamentales con vocación republicana y con respeto por la soberanía popular resignó el poder ante el Congreso Nacional.
En 1822, después de la entrevista de Guayaquil, escribía a Bolivar: “Los sentimientos de esta carta quedarán en el silencio. Si se traducen, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecer para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar el veneno de la discordia”
Comprendo el honor de ser soldado, y procedió en consecuencia. En 1829 se negó a aceptar la dictadura que en Buenos Aires le ofrecían los dos bandos en lucha (7), porque “un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen”. En el exilio solitario de Gran Bourg escribía: “Estoy y estaré retirado del mundo.”
Defendió la libre expresión de las ideas y el derecho republicano por medio “del arte libertador de la imprenta –decía-, por su eficacia civilizadora y su influencia en el destino de pueblos y gobiernos”.
Respetuoso de las opiniones ajenas decía a Artigas y a Estanislao López: “Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas.”
Despreció la adulación y rechazó los honores, la ostentación y la prebenda. Santo de la espada con jerarquía universal, por eso tiene su estatua en todos los pueblos de América y en muchos del viejo continente.
Después de la gloria, entró de noche en Buenos Aires, rechazando –después de la Independencia de Cuyo- la promoción al grado de brigadier general, diciendo: “Jamás recibiré una graduación mayor, y asegurando el estado de la dominación española, haré delegación de mi empleo para retirarme a pasar mis enfermos días en el retiro. Esta protesta hará un documento eterno de mis deseos. Me considero sobradamente recompensado con haber merecido la aprobación por el servicio que he hecho: es el único premio capaz de satisfacer el corazón de un hombre.” Y cumplió su palabra (6).
Ausente de la tentación mundana, tenía jerarquizados todos los órdenes de su conducta. Imponía, entre los deberes del honor militar, “la integridad en el manejo de los intereses públicos” y “no poner la mano a cualquier mujer, aunque haya sido insultado por ella”.
En las máximas a su hija Merceditas enseñó: “Inspirar amor a la verdad y desprecio a la mentira; hablar poco y lo preciso; despreciar el lujo; inspirar amor por la patria y por la libertad”.
El culto a su memoria le confunde con el culto a la libertad y la conducta moral. No se le puede honrar sin luchar por los principios por los que él lucho.
Hoy, que tanto necesitamos de su palabra y de su consejo, henos querido entablar este diálogo con su pensamiento y con su obra casi en emoción de plegaria, para decirle al cruzado de América, patrono de las armas argentinas que enseñó el camino de los libres a su bandera conversando con los cóndores: tu ejemplo y tu enseñanza da calor a nuestra devoción y a nuestra lucha. Por eso Andrade tiene razón: “No morirá su nombre, ni dejará de resonar un día, mientras haya en los Andes una roca, y un cóndor en su cúspide bravía.”
(¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos)
Fuente: “Justicia Social”, Santiago Israel Nudelman – Buenos Aires 1953 página 154 a 158.
NOTAS:
(1) Discurso pronunciado por el diputado (1951-1953) Santiago Israel Nudelman (U.C.R.) en la Cámara de Diputados de la Nación.
(2) Esa obsecuencia siempre presente entre los peronistas de pretenderlo al tirano Perón y a su resentida esposa como “padres de la patria” y símbolos de unidad común de los argentinos por la creencia de ser ellos mismos la argentinidad.
(3) Alejandro Magno
(4) Cayo Julio Cesar
(6) Todavía sonaban las falsas palabras de Perón “…porque quiero seguir siendo el coronel Perón” cuando el pueblo reunido gritaba “espontáneamente” que sea general.
(7) Unitarios y Federales.
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