La educación y la cultura



LA EDUCACIÓN Y LA CULTURA (*)

La educación en la libertad

Desde los albores de nuestra nacionalidad ha sido preocupación constante de casi todos los gobiernos de educar al pueblo sin distinción de sectores.
Apenas salidos del régimen español, debieron los hombres del período revolucionario preparar al pueblo para la libertad, la igualdad y la democracia, los tres principios esenciales de la que Esteban Echeverría llamaba “la tradición de Mayo”, es decir, de nuestra emancipación.
No fue fácil esa tarea. Muchos prejuicios, muchos intereses y, sobre todo, el caos institucional nacido precisamente de la general ignorancia, se opusieron a logro de tan alto propósito. El resultado fue la instauración de la dictadura rosista.
Cuando aún se estaba bajo su dominio, los espíritus más lúcidos de nuestro país, expatriados en Uruguay, Chile, Brasil y Bolivia, planteáronse el problema de la educación pública como medio de sacarlo del marasmo en que se hallaba. Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Mitre, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez y la mayor parte de quienes formaron el grupo esclarecido que el primero reunió en torno a la Asociación de Mayo, expresaron en libros, artículos periodísticos, discursos y conferencias, lo que debía hacerse apenas fuera posible derrocar la tiranía. Cuando ésta cayó en el campo de Caseros, tocó a esos grandes hombres, orgullo de nuestro pueblo, la faena de realizar su magnífico pensamiento. Sólo uno, Echeverría, no pudo retornar al suelo amado por haber muerto en el destierro un año antes de su liberación, pero sus ideas vivían en sus discípulos y amigos, y sirvieron para la hermosa empresa colectiva.
Había que “educar al soberano”, pero ¿Cómo se haría esa educación?
Los hombres de la ilustre generación de 1937 no coincidían del todo en las soluciones. Según unos se debía instruir, comenzando por combatir el pavoroso analfabetismo. Sarmiento fue el más decidido propulsor de ese programa de educación popular. Era el criterio de las naciones que en aquella época estaban al frente de la civilización occidental. Alberdi, por el contrario, pensaba que no debía confundirse la educación con la instrucción. La instrucción, si no está adecuada a las necesidades del país, puede ser perniciosa, y juzgaba que a veces lo había sido entre nosotros. Propiciaba, por ello, la de ciencias y artes de aplicación, de cosas prácticas, de lenguas vivas, de “conocimiento de la utilidad material e inmediata”, según decía. La educación, en cambio, debía operarse por la absorción de lo europeo, porque “europeo es todo en la civilización de nuestro suelo”. Esas ideas de Alberdi tenían un propósito: salir del aislamiento receloso en que se vivía, abrir el país a la inmigración, enriquecerlo de bienes materiales y lograr por medio de ellos aquello que Rousseau llamaba la “educación de las cosas”.
Lo que posteriormente se hizo sobre el particular concilió las ideas de Alberdi con las de Sarmiento. Se difundió la instrucción pública, especialmente la primaria y se europeizó el país.
Advirtióse con posterioridad que el aluvión inmigratorio lo ponía en peligro de descaracterización y se pensó que, para evitarlo, era menester acentuar la enseñanza de lo nacional, comenzando, como es lógico, por nuestra historia. De los hijos de inmigrantes provenientes de las tierras más diversas, con idiomas distintos y costumbres dispares, había que hacer argentinos, instruirlos de una tradición que sus antepasados ignoraban y darles el sentido y el orgullo de la patria nueva.
Se enseñó entonces cuán difícil y heroica había sido la tarea de hacer el país: cómo habían germinado y triunfado las ideas esenciales de nuestro desenvolvimiento histórico –la libertad, la independencia, la democracia-; cómo habían sido llevadas por los ejércitos de la emancipación a las naciones hermanas de América; cuáles eran nuestras figuras próceres, veneradas por las sucesivas generaciones.
Sébese lo que en nuestro país se realizó desde 1852 hasta 1943. Millares de escuelas y colegios diseminados en todo el territorio de la Nación difundieron la educación popular, a la vez que las universidades lo hicieron con la cultura superior. Hacia 1923 pudo vanagloriarse un eminente hombre público, ante una conferencia internacional, de que en la Argentina hubiera muchos más maestros que soldados. Estaba en lo cierto, porque el ideal de aquel tiempo no era hacer un Estado gendarme, con intenciones imperialistas o dictatoriales, sino una nación civilizada, preparada para la paz y el progreso.
Habíanse desarrollado las ciencias y las artes. El nombre argentino no sólo se pronunciaba en el exterior para señalar la excelencia de nuestros productos agropecuarios o nuestras inmensas posibilidades económicas, sino también para distinguir la obra de nuestros sabios, pensadores y artistas, que en algunos casos alcanzaron nombradía universal.
Las academias nacionales, los museos, los centros de cultura, las empresas editoriales, las publicaciones especializadas, y en general el interés de grandes sectores del público por las altas expresiones de la ciencia y de la belleza, demostraban que no se había trabajado en vano.
Aunque mucho fue lo realizado, no llegó a ser suficiente, puesto que permitió establecer una nueva dictadura. Lo mismo había acontecido en Italia, Alemania y otros países, pero no eran iguales las causas y circunstancias. Nuestro país estaba sano, pero no inmunizado contra las ideas liberticidas. La educación no había previsto la posibilidad del virus exterminador. Y éste se introdujo en un descuido y enfermó a la nación por largos años.

Propósito de la educación bajo la dictadura peronista

La norma de “educar al soberano” jamás se intentó aprovecharla en beneficio de los partidos gobernantes, ni hacerla servir para torcer las corrientes históricas del país.
La dictadura cambió esa práctica tradicional. No tenía ni quería tener vínculos con nuestro pasado fundado en la libertad. Proponíase hacer una “Nueva Argentina”, cuya “doctrina”, concebida, difundida e impuesta por el dictador Perón, uniera a todos los ciudadanos en un pensamiento común dado por el Estado, del cual ese hombre era la encarnación.
Comprendió de inmediato la importancia que para su afirmación y perpetuación tenía la enseñanza en sus etapas diversas –primaria, secundaria y superior- y se preparó para variarla en su beneficio.
No es mucho lo que su llamada “doctrina” dice sobre el particular, aunque varias veces se refirió el dictador Perón a los problemas de la educación. Según aquel, la educación debía ser orientada hacia la consecución de un objetivo común, el perseguido por el Estado “para orientación del pueblo de la Nación”. Sobre esto no admitía discrepancia alguna. “De una distinta manera de ver los problemas sale una distinta manera de apreciarlos; de una distinta manera de apreciarlos, sale también una distinta manera de resolverlos, y de ello sale una manera distinta de actuar dentro del país, por parte del ciudadano”, decía el dictador Perón en 1947. Y agregaba: “Lo que el Estado debe dar a cada hombre es cómo debe pensar como argentino, para que él, como hombre piense como se le ocurra”.
En realidad, lo que se pretendió es que se pensara como el partido gobernante, o por mejor decir, como su conductor indiscutido. Claramente lo expresó el Ministerio de Educación cuando trazó en 1951 el “plan básico de informaciones necesarias para alcanzar los objetivos del segundo Plan Quinquenal”: “No debe perderse de vista a este respecto –dice- que el objetivo fundamental perseguido en materia de educación es realizar la formación moral, intelectual y física del pueblo sobre la base de los principios fundamentales de la Doctrina Nacional”.
Para lograr ese propósito el ministerio señalaba los siguientes medios: “a) planes de estudio; b) forma en que se apliquen los mismos; c) rectitud integral del material humano encargado de su aplicación; d) preparación de la receptividad del material humano al que se dirigen; c) causas, especialmente ideológicas y gremiales, que atenten contra el desarrollo natural que se anhela”.
Con referencia a los planes de estudio, requería la información siguiente: “a) ¿Se ajustan los programas coordinadamente en todas las materias y ramas de la enseñanza a los objetivos fundamentales que perdiguen la Doctrina Nacional y el segundo Plan Quinquenal?; b) Cuando así fuere ¿Se aplican esos programas sin deformaciones maliciosas desde la cátedra?; c) ¿Cuáles son los docentes que, tendenciosamente, se apartan de los principios establecidos en los planes de estudio?”.
Con respecto al cuerpo docente quería saber: “a) ¿Cuál es el personal docente que profesa ideologías espirituales o políticas adversad a la Doctrina Nacional y, por ende, a los objetivos del segundo Plan Quinquenal?; b) ¿Cuál es el personal que, sin haberse podido individualizar aún como contrario a aquella doctrina, se desempeña, no obstante, al margen de sus premisas y, por tanto, de los objetivos fijados en el segundo Plan Quinquenal?”
En lo referente a los gremios, preguntaba: “a) ¿Qué asociaciones gremiales agrupan al personal docente, en todas sus ramas?; b) ¿quiénes son sus dirigentes y cuál es su posición intelectual, espiritual, moral y política?; c) ¿Qué cuestiones gremiales tienen pendientes?”.
El plan de informaciones requería asimismo: “a) ¿Qué asociaciones de carácter estudiantil agrupan al alumnado?; b) ¿Cuál es su posición ideológica, espiritual y política?; c) ¿Quiénes son los dirigentes y afiliados, en las adversas a la doctrina del gobierno nacional, si las hubiere?; d) ¿Qué cuestiones agitan al estudiante?; e) ¿Quiénes promueven esas cuestiones?; f) ¿A quién o a quienes interesa y beneficia su planteo?”.
Como se ve, nada escapaba al propósito dictatorial de moldear el espíritu de los educandos dentro de su doctrina y de vigilar a maestros, profesores y alumnos para que el mismo se alcanzara rigurosamente.

La enseñanza primaria

La dictadura quería hacer peronistas desde la infancia. Era la técnica totalitaria de la URSS (1), Italia y Alemania (2). Debía ser los lo tanto, la de la llamada “Nueva Argentina”, enemiga de la libertad.
Todo en la escuela debía inculcar en las mentes infantiles la idea de que nada superaba la excelsitud de la “Doctrina Nacional”, de su “genial creador” y de “la Señora”. En ésta, particularmente, los niños de los grados inferiores debían personificar todas las virtudes humanas. El libro en que aprendían a leer debía decir y repetir que era “la madrecita amorosa”, “el ángel”, “el hada buena”, “la dulce”, “la pura”, “la celestial”, “la amiga de los pobres”, “el sostén de los ancianos”, etcétera.
“El libro –dice el informe de la respectiva Comisión Investigadora- debía ser el primer contacto de la nueva generación con un Estado totalizador y absorbente. Las imágenes y expresiones reiteradas presentarían las realizaciones del régimen, ciertas o simplemente enunciadas, con perfiles tan definidos y sobresalientes que la actualidad pareciera una eclosión sin antecedentes, casi un hecho divino”.
La peronización de esos libros de desarrolló en tres etapas.
La primera, ocurrida a fines de 1949 y principios de 1959, se caracteriza por la tentativa de imposición de un texto único para el primer grado inferior de las escuelas comunes. Fue durante los últimos meses de actuación del ex ministro doctor Oscar Ivanissevich. Se trataba del libro “Florecer”, cuya autora, Emilia C. de Muñoz, era a la sazón subinspectora general de escuelas de la Capital Federal a cargo de la Inspección General. “Esta obra tiene el triste privilegio de ser la primera que lleva en sus páginas los retratos del dictador y de su mujer y de haber incorporado a su contenido temas que el régimen usaba en su campaña publicitaria de esos días. Por ello fue considerada modelo de los libros que en adelante se emplearon en las escuelas”
El ministerio la adoptó sin realizar concurso de autores, y los inspectores que se pronunciaron por su autorización, dictaminaron sin estudio previo y a requerimiento de la propia autora.
La edición oficial fue de 200.000 ejemplares de distribución gratuita, y su costo, de 380.000 pesos. Esta inversión no se hizo por licitación pública sino por adquisición directa, pretextando razones de suma urgencia que la Contaduría General de la Nación observó sin éxito.
La segunda etapa que lleva el sello inconfundible del ex ministro Méndez San Martín y del ex director general de enseñanza primaria Alberto J. Galmarino, ocurre en el período que va desde septiembre de 1950 al mismo mes de 1952. Corresponde al concurso para textos escolares regido por un reglamento que se inspiraba en las consignas políticas del oficialismo. Los libros fueron juzgados, principalmente, según su mayor o menor fidelidad a “la orientación espiritual, filosófica, política, social y económica de la Nueva Argentina”.
El concurso fracasó por la inconformable obsecuencia del ministro, que pedía libros más y más peronistas. Unos meses antes de dar por terminado el concurso reunió en su despacho a los autores y editores a quienes acusó de saboteadores y ofreció la última oportunidad para producir los libros que necesitaba el gobierno. “Los libros de lectura –dijo en esa ocasión- deben referirse a Perón y Evita desde la tapa hasta el colofón”. La mayoría de los autores procuró satisfacer estas órdenes y algunos fueron aprobados por la comisión designada al efecto.
Antes de terminar esta etapa de envilecimiento de los textos escolares, la mayoría peronista del Congreso estableció por ley la lectura obligatoria del libro “La razón de mi vida” en todos los ciclos de instrucción pública. La misma medida fue tomada por los gobiernos provinciales.
Producida la muerte de su presunta autora (3), los altos funcionarios de la comisión permanente de textos pidieron que el retrato de Eva Perón se incluyera obligatoriamente en todos los libros de todos los grados.
La tercera etapa, la de los libros para el sometimiento de la mente de los niños argentinos, empezó el 28 de septiembre de 1952 y concluyó con la deposición del tirano. El ministro Méndez San Martín modificó la reglamentación para acelerar el trámite de autorización de los textos, sin vaciar los artículos de carácter político. Con este sistema de obras se autorizaron dentro de los quince días de su presentación, y el secretario de didáctica, inspector Prudencio Oscar Tolosa, dictaminó sin descanso para que nuestras escuelas fueran invadidas por los peores libros que recuerda la Nación. La Comisión Investigadora juzga a este respecto: “Su lectura indigna y deprime. Son libros inaceptables por su falta de valor literario, incorrectos por su concepción metodológica, inmorales por la finalidad de lucro y de obsecuencia que les dio origen, impuros por su contenido, indignos por su propósito e inolvidables por el daño moral que hicieron”.
Concluye esa Comisión diciendo que el libro de lectura cumplió en esos años una obra perniciosa tan extendida y profunda, “que debe considerársela como un crimen de lesa patria”. Afirma, asimismo, que el régimen “no necesitó del texto único, porque tuvo en autores y editores la cooperación que le permitió conseguir, con la pluralidad de obras, la uniformidad ideológica que necesitaba, dando así la apariencia de una libertad de expresión que no existió en ningún momento”.

Forzada organización del magisterio primario

En un discurso de 1947 el dictador Juan Domingo Perón dijo lo siguiente: “Nunca he podido explicarme por qué en los últimos tiempos la enseñanza había caído en manos mercenarias cuando ya en su época remota los griegos no querían que los esclavos instruyesen y educasen a sus hijos”.
Cuando esto expresaba, tenía el propósito, precisamente, de convertir a los maestros en esclavos de lo que llamaba su “doctrina”.
Nada podía ser más opuesto al espíritu del magisterio argentino que la posición antihistórica del peronismo. Por su cultura y su espíritu de cuerpo, no era fácil de engañar y, mucho menos, de someter. Advertía la falsedad intrínseca de las disquisiciones presidenciales que solo podían convencer a quienes ignoraban en absoluto nuestro pasado y el extraordinario empeño de varias generaciones por dar al país instituciones y normas civilizadas. Jamás dejó de creer en la libertad y en la democracia. Sabía cuán ardua fue la tarea de lograrla y no ignoraba los errores cometidos para hacerlas efectivas en su plenitud. Su misión nobilísima era, como es ahora y lo será siempre, la de formar el espíritu de los niños de acuerdo con altos ideales de convivencia y respeto humano, y moldear los caracteres para hacer buenos ciudadanos de la admirable República legada por nuestros próceres. En él, como en los niños que la confianza del país ponía en sus manos, estaba el porvenir de la Nación.
Pero el dictador quería que ese porvenir fuera suyo. Érale preciso, en consecuencia, valerse de los maestros para que hicieran de continuo el panegírico de su persona y de su régimen, con el pretexto de inculcar la tal “doctrina”.
A fin de que tal propósito fuera realizable buscó la adhesión de todo el personal docente, y como sospechaba que no había de lograrla, intentó organizar su gremio con el objeto de vigilarlo como a los demás trabajadores. “Contó para ello –dice el informe de una de las comisiones investigadoras del Ministerio de Educación- con los grupos que en todos los ámbitos de la actividad humana merodean la mesa del poderoso a la espera de la migaja.”
Agrega esa comisión que ante el cuadro de general corrupción que alcanzó a todos los estrados de la vida social argentina, el magisterio adoptó una postura de prescindencia y retraimiento de su actividad gremial o cultural. Tenía sus organismos regionales y procuraba unirlos en un ente nacional, pero sus dirigentes se vieron de pronto impedidos de actuar, ya porque se les separó de sus cargos, ya porque se clausuraron los centros que tan trabajosamente habían constituido con el esfuerzo solidario de sus afiliados. Había que substituir, por consiguiente, la libre agremiación por entes artificiales, ajenos a las inquietudes del magisterio, pero dóciles a los requerimientos del oficialismo. Algunos docentes “anhelosos de una notoriedad que el gremio no les otorgaba –expresa el referido informe- o impacientes por escalar posiciones al margen de la ética profesional, se dieron a la tarea de constituir “Ateneos” o sindicatos de docentes peronistas, y aún cuando contaron con la manifiesta complacencia ministerial no lograron su empeño”. Debido a ello, el gobierno procedió, con desprecio de las noemas democráticas de organización gremial, a constituir la Agremiación del Docente Argentino (ADA), que fracasó poco después a causa del general repudio de los maestros y profesores.
En reemplazo de ADA se formó UDA (Unión Docentes Argentinos), con directa intervención del dictador. “Inspirados en el ejemplo y la obra educativa que realiza el primer maestro de la Nueva Argentina, general Juan Domingo Perón”, los organizadores enunciaban sus propósitos concordes con “los fines sociales, económicos y políticos propugnados por la doctrina nacional justicialista”.
Corría el año 1953. La dictadura parecía afianzada y el miedo dominaba en muchas esferas. A quien no estaba con el dictador se le consideraba que estaba en contra suyo. Por consiguiente, había que eliminarlo. Para seguir viviendo era preciso callar y someterse. Los docentes no pudieron hacer otra cosa.
“No es posible suponer –dice el informe referido- que en un régimen en el que los derechos cívicos de los ciudadanos habían sido anulados por la legislación totalitaria y en el que los gremios habían sufrido una total distorsión en su significación social pudiese existir uno democráticamente organizado. Esto ocurrió con UDA, en la que el divorcio entre dirigentes y afiliados fue total”.
“Así es
–concluye la Comisión Investigadora- cómo tanto la ADA como la UDA fueron creaciones artificiosas destinadas a confundir a la opinión pública, a neutralizar el movimiento gremial docente, a consolidar la dictadura y servirle de pantalla para sus fines; que ambas instituciones cumplieron de manera reiterada directivas del gobierno depuesto y rindieron tributos inmerecidos a las figuras más representativas del régimen; que contribuyeron en forma directa a la deformación de las conciencias infantiles por la destrucción de los principios básicos de la educación democrática mediante la reforma de planes de enseñanza y la adopción de textos tendenciosos”.

Docentes sin título (Maestras “Flor de Ceibo”)

Desde 1951 hasta septiembre de 1955, la dictadura peronista otorgó 4.199 certificados de habilitación para el ejercicio de la docencia a personas carentes de título.
La Inspección General de Escuelas Particulares concedió 1.143 certificados de aptitud pedagógica para ejercer la enseñanza en establecimientos particulares sobre un total de 1.144 exámenes rendidos. En el mismo lapso egresaron de las escuelas oficiales e incorporadas 27.967 maestros que se sumaron a los millares de diplomados sin puesto y que habían obtenido el título tras largos años de estudio.
El organismo investigador no ha podido conocer la calidad de los exámenes ni los temas propuestos a los aspirantes, en razón de que las pruebas escritas han siso destruidas sin excepción, contraviniendo expresas disposiciones de la reglamentación pertinente.
Por otra parte, en el mismo período la Inspección General de Escuelas de Adultos y la inspecciones técnicas de materias especiales, dependientes de la Inspección de Escuelas de la Capital, otorgaron 3.056 certificados de competencia para la enseñanza de las distintas especialidades que figuran en los planes de las escuelas oficiales diurnas y nocturnas. En ese tiempo, los numerosos establecimientos nacionales que preparan profesores y especialistas en las mismas asignaturas concedieron título oficial a 51.005 egresados.
De la revisión de las pruebas de competencia surgen las irregularidades siguientes:
1. No se ha cumplido el requisito sobre la constitución del tribunal examinador que debe estar integrado por tres miembros.
2. Resulta notorio el favoritismo con que se calificaron algunos exámenes, como lo demuestran algunas pruebas escritas plagadas de errores ortográficos.
3. Sin adoptar siquiera el examen de competencia fueron designadas en Salta veintisiete maestras especiales. Para regularizar la situación se resolvió formar tribunales examinadores que tomaron “exámenes orales de labores”. Observando el procedimiento volvió a constituirse la mesa. Esta vez se exigió a los aspirantes el aval partidario, que fue otorgado por el ex gobernador de esa provincia, Ricardo Joaquín Durand. Como cinco aspirantes no cumplieron satisfactoriamente la práctica, se les volvió a tomar un nuevo examen resultando, esta vez, aprobados.
En marzo de 1952 fueron designadas diez maestras especiales en Entre Ríos a propuesta de la delegada censista Juana Larrauri. No tenían título, no rindieron examen de competencia ni tomaron posesión de sus puestos, pero cobraron sus haberes en el Ministerio de Educación con la certificación de dicha ex senadora, como que prestaban servicios en el partido oficial.
Los certificados de competencia permitieron alcanzar el estado docente a personas incultas, a parientes de empleados de jerarquía diversa y a recomendados por las unidades básicas.

La enseñanza secundaria

Aunque en menor grado que la primaria, la enseñanza media debió impartirse de acuerdo con los fines de peronizar al país.
Este objetivo se siguió por tres medios: 1º) La incorporación de la asignatura titulada “Cultura ciudadana”, la cual, después de explicar el proceso de formación de la sociedad argentina, loaba las “realidades justicialistas”; 2º) La orientación tendenciosa de algunas materias, sobre todo las llamadas de “formación histórico social”, que con notable habilidad soslayaron la tradición liberal y democrática de nuestro pueblo y exaltaron el espíritu reaccionario y el rosismo; 3º) Las referencias obligatorias al segundo plan quinquenal, aún en aquellas asignaturas en las que esta inclusión resultaba evidentemente forzada.
Y si con ello no bastara, la lectura obligatoria del libro “La razón de mi vida” en las clases de castellano, literatura e idiomas, completaba la empresa de captación.
¿Quién concibió y aplicó tal planificación? El ministro Méndez San Marín.
Interrogados los miembros de la comisión que tuvo a su cargo la redacción y ordenamiento de los respectivos planes, especialmente los que actuaron como coordinadores en las materias de formación histórico-social, confesaron que a él se debían las directivas acerca de la prédica fervorosa a favor del régimen.
La Comisión Investigadora de Educación ha señalado, asimismo, la grave responsabilidad que recae sobre los autores de textos de “Cultura ciudadana”, porque consciente y voluntariamente se prestaron a la propaganda del régimen dictatorial.
Aproximadamente, unos veinte autores escribieron dichos textos, pero parece que en la Escuela Superior Peronista se gestó un texto único escrito por el doctor Layús y Sesé, porque aquellos, no obstante su obsecuencia, no eran considerados suficientemente fervorosos y eficaces.

Las organizaciones estudiantiles

A la vez que se propuso la dictadura organizar a los docentes, intentó hacer lo propio con los estudiantes secundarios y universitarios.
Ninguna de esas organizaciones alcanzó como la UES –Unión de Estudiantes Secundarios- tan vasta repercusión en el país.
El motivo espurio que originó su creación fue revelado por el ministro Méndez San Martín el día que llamó a los primeros profesores para poner en funcionamiento la organización “Proporcionar atracciones al presidente que acaba de perder a su esposa”. Pero tuvo también propósitos políticos, puesto que el estatuto de la UES establece que sus fines son, entre otros, los de “inculcar el concepto de responsabilidad y respeto mutuo dentro de la doctrina nacional justicialista” y “Propender el conocimiento a fondo de la doctrina nacional”. Cierto es que también expresa ese estatuto que “La Unión de Estudiantes Secundarios no sustenta diferencias de razas ni de religiones como así tampoco posición política de ninguna clase”, pero a continuación agrega: “De manera alguna busca satisfacer aspiraciones que atenten contra la seguridad de la Nación y estén contra la Doctrina Nacional.”
Se confirman esos propósitos políticos en el artículo inicial de la revista UES, donde se dice “Nuestra misión tiene esencia y continente en la doctrina nacional. Y nuestra guía, el maestro creador de esa doctrina, Perón, es quien ha marcado ya la ruta libre de contingencias espurias… El ámbito del aula es –será así siempre en adelante- un calco, una misma instancia con el ámbito societario total organizado en la égida de la Doctrina Nacional del maestro Perón… Esta revista quiere entroncar en toda la patria la voz cálida, el afán nacional, el trabajo persistente de la juventud en procura de los grandes objetivos de la doctrina del líder.”

La marcha de la UES también expresa su orientación política. En la 4ª estrofa dice:

“La juventud
con decisión
sigue la ruta señalada por Perón.”

En la 5ª estrofa:

“La UES a su meta se encamina
y firme su promesa va a cumplir:
con fe de peronista y argentina…”

En la 6ª estrofa:

“La juventud
hoy es acción
porque ahora tiene que cumplir una misión.”

Y en la 8ª estrofa dice:

“Con paso decidido y bien seguro
penetra en el camino del futuro
y siente arder
su corazón
con esa llama luminosa de Perón.”

El nombre de Perón aparecía en el frente de los edificios, y sus lemas, emblemas, retratos, etcétera, estaban fijados en todos los lugares. En los actos de la institución se cantaba la marcha “Los muchachos peronistas” y en sus locales se distribuían los distintivos partidarios. Los jóvenes de ambas ramas de la UES –masculina y femenina, como las del partido oficial- debían concurrir a las concentraciones políticas de la Plaza de Mayo, y después de los acontecimientos del 31 de agosto de 1955 cubrieron con leyendas las paredes de la ciudad en adhesión a Perón. La pintura les fue suministrada en sus respectivos locales, y en el de la rama masculina por su mismo presidente.
No es necesario abundar en otros detalles. Los mencionados bastan para evidenciar la tendencia netamente política de la institución. “Fue una política personalista y no de partido, y la adhesión de los jóvenes estudiantes se intentó con los mismos procedimientos que se aplicaban para la conquista de la masa. Se buscó cautivarlos emocionalmente con la mística del redentor y en ningún momento se trató de lograr un reconocimiento y aceptación racionales de principios y programas”, -afirma la Subcomisión que ha investigado las actividades de la UES.
Dado su origen y propósito, la UES no fue una institución estudiantil libre, sino un órgano del Estado, con personal y profesores dependientes del Ministerio de Educación. A pesar de lo cual, se decía a los estudiantes, con seductora frase, que la UES les pertenecía y debía ser manejada por ellos (4).
La Subcomisión mencionada ha trazado en su informe un cuadro vívido de lo que ha sido. De él hemos tomado las noticias precedentes y las que siguen, empleando muchas veces sus propias palabras.
El dictador concedió a la UES recursos desmedidos con las posibilidades del país. En sus tres años de vida costó más de 240 millones de pesos aproximadamente (5), y los siete números de la revista UES, 232.728 pesos. Había que hacer la cosa en grande para deslumbrar a argentinos y extranjeros.
Todo en la UES convergía sobre la figura del dictador. Allí lo era todo: el más grande, el más puro, el más sabio, el primero, el único, el superhombre. Nada había imposible para él, ningún problema le era grande si se empeñaba en resolverlo.
“El avasallador influyo de la presencia, y en su ausencia, sus frases estampadas en todas las paredes, su nombre repetido constantemente, sus retratos, su poder casi mágico que flotaba en el ambiente, contribuían a la formación del mito Perón. Pero Perón y la UES se identificaron y el mito de Perón se hizo el mito de la UES. La UES tanía que ser inigualable e invencible. Las trayectorias de Perón y la UES debían forzosamente ser una serie ininterrumpida de triunfos. Superar y derrotar a la UES era superar y derrotar a Perón, destruyendo el mito. Eso era inadmisible y la UES debió ser un permanente éxito para demostrar la supremacía de Perón”
También señala el informe de la Subcomisión el ambiente de ostentosa e ilimitada prodigalidad que dominaba en la UES. “Pero esta largueza falazmente presentada como desinteresada encubría el inconfesable propósito de lograr una rápida conquista de los estudiantes. Esta despreciable maniobra condujo a los jóvenes, y esta es quizá su más grave consecuencia, a una desviada concepción de la vida y de la conducta, al mostrar la posibilidad de obtenerlo todo sin esfuerzo alguno, despreocupadamente y por camino fácil. Se instauró de esta manera una filosofía hedonista y sensual y se corrompió y extravió a los jóvenes con ingentes regalías. Muchos de ellos solo concurrían con el interesado fin de obtener alguna ventaja de esa inagotable cornucopia; otros se dedicaron afanosamente a las actividades deportivas preferidas por el ex mandatario para obtener los valiosos premios que sólo allí podían lograrse.”
Agrega el referido informe: “Perón utilizó desaprensivamente la crisis de ruptura con lo tradicional y establecido, y el impetuoso impulso de revisión y renovación propios de la adolescencia para iniciar a los jóvenes a quebrar las normas de nuestra cultura, a desbaratar su ordenamiento, a subvertir su jerarquía de valores y al desprecio por sus instituciones y autoridades. Movió a la rebeldía contra padres y maestros, estimuló el menosprecio por lo ordenado y sistemático, por la disciplina, la responsabilidad y el deber. Pero sus posibilidades sólo alcanzaron a desarticular y desmontar las estructuras existentes y no fue capaz de crear nada sólido y coherente para reemplazar lo abatido y repudiado. De esta manera llevó la confusión y el desconcierto a las mentes juveniles. Le ocurrió así lo que al aprendiz de mago (6); las fuerzas desatadas quedaron en incontrolada libertad. El móvil primero de esta maniobra, que puso en abierta pugna a los jóvenes con la generación adulta –sostenedora de la cultura y por tanto de sus aspectos normativos y de jerarquización- fue sustituir todo y a todos por su omnímoda, omnisapiente y omnipotente persona.”
El ambiente incontrolado de la UES permitía los excesos juveniles. El dictador no les daba importancia. Al inaugurar el túnel que unía a las instalaciones de la quinta presidencial con el sector Balneario y Náutica de Olivos dijo Perón: “Esos que crecen y viven de la mano de la madre, cuando les falta ese apoyo so saben qué es lo que tienen que hacer. Hay que independizarse de esa tutela que reduce el carácter y hace timoratos a los hombres y a las mujeres”… “Ninguna persona es inmoral si tiene carácter y no quiere ser inmoral. Algunos creen que la moralidad consiste en no conocer la inmoralidad. El que no conoce la inmoralidad es un estúpido. El moral es el que la conoce y no la comete porque no quiere.” (Revista UES, año I, Nº 2, página 4 y 5).
No es extraño, por consiguiente, que en una oportunidad manifestara a un muchacho a quien había prometido un viaje a Alemania, que la mejor manera de aprender alemán era convivir con una alemana y a continuación le relatara sus propias experiencias y aventuras, destacando la superioridad de la mujer alemana a la francesa.
Ni tampoco es de sorprenderse que en los veranos de los estudiantes en Rio III, Chapadmalal y Bariloche se produjeron actos de inconducta que desprestigiaron justamente a la institución y pusieron en tela de juicio la moralidad y buen nombre de aquellos.
A estos sucesos debemos agregar el menoscabo en que se tuvo a los profesores y el desdén por la disciplina en todo lo que tenía relación con las actividades de la UES. Esta situación anormal creó el desorden y provocó situaciones irregulares y evidentes privilegios para los dirigentes y más conspicuos miembros de esa entidad. Los directores y rectores no podían tomar medidas disciplinarias contra los alumnos que no cumplieran los horarios por demorarse en la UES. La directora de la Escuela Normal Nº 6 tomó medidas de esta naturaleza y por orden del ex ministro de Educación debió dejarlas sin efecto.
El informe de la Subcomisión Investigadora de la UES termina con estas palabras que sintetizan su juicio y que creemos oportuno reproducir:
“Empleando también la UES su política, Perón aprovechó el ansia de poder, que es otra de las notas propias de la adolescencia, y les confirió la fuerza y un amplio respaldo a toda sus acciones. Además, él mismo les sirvió de ejemplo con su arbitrariedad, prepotencia, abuso de autoridad y desdén por toda legalidad.
“La suma del poder discrecional crea alrededor del tirano un campo de círculos concéntricos en el que se ordenan los adictos de acuerdo con el grado de favor que gozan, donde juegan, en oculta y oscura lucha, las más bajas y despreciables pasiones y apetitos humanos y se utilizan los más indignos recursos para penetrar en el ámbito de los más próximos. Los jóvenes en la UES tuvieron ante si y bien de cerca ese inmoral ejemplo de vida y de conducta deslumbrados por el oropel que disfrazaba esta ominosa miseria humana, aprendieron y utilizaron, algunos con ingenua fe y otros con malicia y astucia, los procedimientos imperantes: la adulación y el servilismo, la amenaza y la delación.
“De esta manera, las excesivas atribuciones y el poder que se les confirió, además de la general aceptación con que podían utilizar los recursos señalados, hicieron de los dirigentes de la UES tiranos en potencia, que amenazaron, delataron, exigieron reconocimiento y acatamiento a su voluntad, con singular osadía e insolencia.
“Todos estos hechos prueban de una manera incuestionable que la UES no fue una organización al servicio de la juventud sino al servicio de Perón; que no fue una organización estudiantil sino un órgano de propaganda del Estado; que en ella buscó Perón, por una parte, esparcimiento, satisfacción de su vanidad y placer y, por otra, una incondicionada y total adhesión a su persona; que Perón creó demagógicamente un clima propicio para la conquista de los jóvenes, deslumbrados con una ilimitada prodigalidad, incitándolos a la rebeldía contra instituciones, normas y valores de nuestra cultura y colocándolos en pugna contra padres y maestros para erigirse en único y supremo guía y, finalmente, concediéndoles poder y total respaldo a sus acciones; que Perón utilizó el deporte como recurso fundamental para lograr sus objetivos personales y que este fue desvirtuado y constituyó un elemento corruptor de la juventud.
“Todo esto determinó la desviación moral de un amplio sector de la masa estudiantil, una subversión de jerarquías y valores, el menoscabo de padres y educadores, un grave trastorno para la educación, la desorganización de la escuela y la corrupción del deporte juvenil”.
Otra organización estudiantil fue la CGU (Confederación General Universitaria), creada con el propósito de enfrentar a la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) y a la FUA (Federación Universitaria Argentina), ambas –en ese tiempo- de tan firme y valiente tendencia democrática, que constituyeron uno de los primeros grupos alzados no solo contra las demasías de la dictadura peronista sino de los gobiernos de facto que la precedieron. Muchos de sus dirigentes y afiliados conocieron cárceles y destierro, sufrieron horribles torturas y fueron expulsados de las facultades donde estudiaban. Nada, sin embargo, los arredró. Unos sucedían a los otros en los claustros universitarios; pertenecían a todos los sectores de la población, aún a los más humildes; dispares eran sus tendencias partidarias, pero se igualaban en el fervor democrático y en la activa militancia.
El dictador los detestaba y temía. Inútil le era procurar atraerlos, como a los inexpertos estudiantes secundarios, con algo que se pareciera a la UES. No lo conseguía.
Concibió entonces la CGU, “agrupamiento gremial de dirigentes estudiantiles”, según lo calificaba el “Comando General de la Casa de Gobierno”. Sus funciones eran las de “continuar intensamente su prédica justicialista, su acción proselitista y su actividad vigilante ante los elementos que en conexión con los partidos políticos de la oposición, tratan de desarrollar una campaña subversiva y disolvente contra el orden y la disciplina que deben imperar en las casas de estudio”.
En realidad, la CGU fue una fuerza de choque de la dictadura peronista. Mezclados a unos pocos estudiantes actuaban en ella matones a sueldo, que sólo asomaban en las facultades cuando se creía necesario golpear a presuntos revoltosos.
Gozaba la CGU de privilegiada posición con respecto a las autoridades docentes. Sus pedidos eran órdenes. Disponía, además, de fondos cuantiosos proporcionados por las universidades a requerimiento del Ministerio de Educación. A ese efecto se abrió una cuenta especial titulada “Benefactores del estudiante argentino”, la cual debía ser administrada por un “Consejo Asesor Honorario”. Los importes ingresados en el curso de tres años ascendieron a cerca de $ 8.900.000.-, cantidad de la que el referido consejo dispuso la mitad ajustándose a las normas legales. No se tardó en considerar que el trámite de las inversiones no era suficientemente “ágil”, y en virtud de ello se optó por entregar los fondos directamente a la CGU, entidad que, según la investigación realizada, “no ha rendido cuentas de la inversión de pesos 2.490.409,88.-, que no ha podido aportar pruebas del pertinente registro contable, y que por otra parte estaba exenta de todo contralor”.


La Universidad

En 1947 dijo el dictador: “No deseamos una cultura oficial ni dirigida; no deseamos un molde al que se sujeten los universitarios; no queremos hombres adocenados y obsecuentes a una voz de mando. Queremos una universidad señera y señora; una universidad libre de tutelajes e interferencias.”
Cuando tales propósitos enunciaba, la universidad de Buenos Aires había perdido 1.253 profesores, expulsados por la naciente dictadura peronista. Había entre ellos algunos hombres de prestigio mundial, eminentes investigadores y hombres de ciencia, tratadistas de obra copiosa, catedráticos respetadísimos.
Algunos habían firmado el manifiesto de 1943 en el que se requería “democracia efectiva y solidaridad americana”, tan duramente sancionado por el gobierno del general Ramírez; otros se habían manifestado en contra de los procedimientos dictatoriales del gobierno y todos se habían solidarizado con los rectores que éste había encarcelado.
No era la universidad, como luego se quiso hacer creer, una institución a la que sólo podían ingresar unos pocos privilegiados de la “oligarquía”, ni había permanecido ajena a las inquietudes sociales y políticas del país. Millares de jóvenes modestos, pertenecientes a varias generaciones, habían cursado en ella los estudios superiores, y ya graduados en profesiones diversas, conservaban de sus maestros y claustros perdurables recuerdos.
La autonomía de que la universidad gozaba, jamás había sido menoscabada por ningún gobierno. Aun en los momentos de duras contiendas ideológicas y partidarias, el pueblo y los sucesivos gobiernos la habían respetado. Sabían que sus aulas, laboratorios, bibliotecas y museos se elevaba la cultura argentina, ideal supremo de nuestros más eminentes hombres públicos, compartido por el pueblo sin distinción de grupos o actividades.
La reforma de 1918 la había remozado, y los ideales que entonces movieron a quienes despertaron su espíritu para comprender los nuevos problemas sociales, perduraban treinta años después en los jóvenes recién llegados a sus casas de estudio.
La dictadura peronista la quería mansa y sometida, ni más ni menos que el resto del país. La intervino, cambió su estatuto, la privó de su autonomía, modificó sus cuadros docentes, redujo su nivel intelectual. La “peronizó”.
Comenzaron entonces los homenajes al dictador y “la Señora”, las encuestas definitorias sobre el mayor o menor fervor “justicialista” de los profesores, el espionaje y la delación. De esa época son también los cursos de formación política, las forzadas adhesiones a la reelección presidencial y la afiliación obligatoria al partido oficialista.
Ni “señera” ni “señora” era la universidad. El dictador Juan Domingo Perón había hecho de ella exactamente lo contrario de los propósitos enunciados en 1947.


Las academias nacionales

No escaparon las academias nacionales al espíritu destructor de la dictadura peronista.
En una de ellas se estudiaba con pasión fervorosa cómo se hizo nuestro pueblo en su admirable gesta por la independencia, la libertad y la democracia, o sea lo que el dictador Juan Domingo Perón quería hacer olvidar. En otra se analizaba el derecho, vale decir, las normas que regulan la vida pública y privada de los pueblos, tanto más seguras cuanto más libres de arbitrariedad prepotente. En las demás se cultivaban las ciencias médicas, las económicas, las manifestaciones del arte y otras expresiones de alta cultura. En la Academia Nacional de Letras, como en sus congéneres de España e Hispanoamérica, se estudiaba el hermoso idioma común y se juzgaba a las grandes figuras que en él han escrito.
Los intereses de la calle no variaban el giro de sus deliberaciones. La ciencia o el arte unían a todos los académicos en una común aspiración espiritual. Buscaban la verdad, la justicia y la belleza. La política militante les era ajena.
El dictador Juan Domingo Perón no podía admitirlo. A quienes no estaban con él los consideraba enemigos, y como a tales los destruía.
La Academia de Letras le dio el motivo. Uno de los más nefastos ministros de la dictadura, Armando Méndez San Martín, la puso a prueba.
Pidió que solicitara y prohijara la aceptación de la palabra “justicialismo” por la Academia Española. Estudiada la proposición, la academia la rechazó con buenas razones lingüísticas.
Poco después de interesó el ministro Méndez San Marín en que la Academia de Letras presentara a la Academia Sueca la candidatura de Eva Perón para optar al premio Nobel de literatura por la publicación del libro “La razón de mi vida”. Aquella se excusó de hacerlo por haberse adherido ya, juntamente con las academias de la Historia y de Bellas Artes, a la candidatura del ilustre escritor español don Ramón Menéndez Pidal.
Fue lo suficiente. Al poco tiempo, un decreto dispuso la cesantía de todos los académicos mayores de sesenta años. Muy pocos tenían menos; renunciaron en seguida.
Aunque en un comienzo se pensó en reorganizar las academias para lucimiento de algunos fieles de la dictadura peronista, no se llegó a tanto. Inactivas quedaron esas corporaciones hasta que el gobierno de la Revolución Libertadora les dio nueva vida.

Las instituciones de cultura

Parecida suerte corrieron las instituciones de cultura. Donde se pensara, se reuniera y se hablara, la dictadura peronista veía enemigos potenciales. Preciso era anularlas.
Servía para el caso el “estado de guerra interno” en que el país vivía por decisión del gobierno de Perón.
Cesaron las conferencias públicas en casi todas ellas, y si por azar se permitía alguna, la policía vigilaba el acto y recogía la palabra de los oradores.
El centenario de Echeverría no pudo ser festejado. Tampoco el del pronunciamiento de Urquiza contra Rozas y el de la Constitución del 53. Esas “cosas” de la vieja Argentina eran peligrosas para quien la negaba.
El país no se resignó al silencio. En cuanto pudo habló y obró.

NOTAS:
(1) URSS es la “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas” desmantelada en la década de 1990 y que hoy sucedió la actual “Federación Rusa” (Nota del transcriptor)
(2) Se refiere a la Alemania Nazi de Adolf Hitler y a la Italia Fascista de Benito Mussolini. (Nota del transcriptor)
(3) María Eva Ibarguren (Duarte) de Perón (Nota del transcriptor)
(4) Revista UES, año 1, Nº 1, página 12 idem año 2 Nº 6, página 20.
(5) Frente a esta cifra –dice la Comisión Investigadora Nº 4- es oportuno recordar que para la “conservación y refección de edificios fiscales del Ministerio de Educación e toda la República, se asignan cuatro millones en 1951, dos millones en 1952 y veinte millones anuales a partir de 1953. Y la mayoría conoce el estado en que se encuentran esos edificios”. Un decreto de 1954 declaró de “urgencia las obras, trabajos y adquisiciones con destino a la UES” y delegó en el Ministerio de Educación las facultades y obligaciones emergentes de la ley 13.064. “Segregada la UES del contralor directo de la Dirección General de Administración y sus técnicos, descentralizados sus servicios, la anarquía más absoluta y el discrecionalismo fueron sus características.” Basta decir que el 85% de los comprobantes de la Caja ha sido observado, que no existen constancias de haberse practicado inspección alguna en la administración de los campos, ni tampoco hay inventarios de los mismos.
(6) Ver la película de Wald Disney “Fantasía” (Nota del transcriptor)

FUENTE
(*) Libro Negro de la Segunda Tiranía – Ley 14.988 – Comisión Nacional de Investigaciones Vicepresidencia de La Nación - Buenos Aires 1958 – Páginas 160 a 177.