Lo que usted encontrará en estas páginas son documentos históricos del período, sus transcripciones textuales y comentarios con citas y notas para comprenderlos mejor. Lea aquí la historia del peronismo que se oculta, se niega o tergiversa para mantener un mito que no es.

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TENGA EN CUENTA: Que vamos publicando parcialmente las transcripciones a medida que se realizan. El trabajo propuesto es ciertamente muy extenso y demandara un largo tiempo culminarlo. Por eso le aconsejamos volver cada tanto para leer las novedades.

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Aqui cerraron sus ojos (Revista Leoplán Nº 535)

El 18 de Septiembre de 1955, durante la Revolución Libertadora, una columna de tanques del ejército desembarcó de un tren en la localidad de Saavedra, Pcia. de Buenos Aires, con intenciones de dirigirse hacia Puerto Belgrano. Luego de haber sido descubierto por un avion de la Armada la columna fué atacada por dos Grumman Duck de Comandante Espora. En ambos aviones iban dos hermanos, los Irigoin. Uno de los Duck fué alcanzado por el fuego antiaéreo de la columna que se había desperdigado dentro del pueblo para no ser atacada y fallecieron los tres ocupantes.

Faximil de la nota (clic en la imagen para ampliar)



AQUI CERRARON SUS OJOS
(*)


Capitán de Fragata Eduardo A. Estivariz;
Teniente de Fragata Miguel E. Irigoin;
Suboficial mayor Juan I. Rodríguez:
Presentes en el recuerdo de su patria.

(Escrito por Rodolfo J. Walsh)

SAAVEDRA Una muchedumbre silenciosa y recogida se congregó en la luminosa mañana de este 18 de septiembre en las inmediaciones de Saavedra, pequeña localidad del Sur bonaerense. La reunión se efectuó en pleno campo, en torno a una pirámide truncada, de base cuadrangular, construídaa con piedras de los cerros cuyos ásperos contornos se divisaban hacia el norte, dulcificados por la pincelada azul de la distancia. En una de las caras del monolito resaltaba la hélice tripala de un Grumman.

Más abajo una placa de bronce proponía a la gloria tres nombres: Capitán de fragata Eduardo A. Estivariz. Teniente de fragata, Miguel E. Irigoin. Suboficial Mayor Juan I. Rodríguez. A menos de cincuenta metros de distancia un tosco galpón de ladrillos mostraba aún vestigios del estrago que, un año atrás y exactamente a la misma hora, causara al estrellarse contra él la máquina piloteada por los tres aviadores navales cuyo recuerdo ahora se evocaba. A una reducida representación oficial sumóse la espontánea presencia del pueblo. Se había anunciado que iría el contraalmirante Rojas y el coronel Bonnecarrere, mas no pudieron hacerlo. Asistieron en cambio autoridades de los municipios cercanos, delegaciones de aeroclubes y sobre todo vecinos de la zona que un año atrás presenciaron, con aterrada impotencia, uno de los episodios más trágicos de la revolución.

Un momento del emocionante acto realizado en Saavedra el pasado 18 de septiembre, junto al monolito evocativo.

Estaba también el contraalmirante Rial, hombre clave en la preparación del movimiento de Septiembre y Jefe del Comando Revolucionario del Sur, establecido en la base aeronaval de Comandante Espora en la histórica madrugada del 16. Aviador naval él mismo, a sus órdenes directas habían combatido los pilotos inmolados. Al oirse el solemne toque de silencio con que se inició la ceremonia, todos los que allí estaban debieron recordar que en esos cielos del Sur, ahora tan límpidos, sobre esos campos que dilataban ya el imperio de la primavera y entre los vericuetos de aquellos cerros grises, se había librado una de las fases más duras de la lucha y se había jugado el destino mismo de la revolución.

Porque no eran "restos dispersos de un regimiento", como dice un matutino al recordar la tragedia de Saavedra, las Fuerzas que aquel 18 de septiembre de 1955 iban a sofocar la revolucion en el Sur. Y tampoco es del todo exacto que "en frustrados intentos de converger sobre Bahía Blanca y sin constituir una amenaza seria ocultábanse en los montes vecinos". Por motivos accidentales la atención del país en aquellos momentos y los comentarios posteriores se centraran particularmente en la lucha desarrollada en Córdoba, sin duda heroica, y en la espectacular y decisiva intervención de la flota de mar.

La verdad es que las fuerzas que amenazaban a Bahía Blanca eran numéricamente superiores a las que atacaban a Córdoba. Y que mientras éstas -no sólo no estaban derrotadas al renunciar Perón, sino que ocupaban posiciones amenazantes en la ciudad misma, aquéllas en tres días de acción sólo pudieron situar su vanguardia a setenta kilómetros del objetivo propuesto.

Un periodista enviado por una publicación, norteamericana calculó que los efectivos que debió enfrentar el general Lonardi ascendieron en cierto momento a siete mil hombres. Las llamadas Fuerzas de Represion del Sur oscilaban entre nueve y diez mil, según el sobrio cálculo de los oficiales de marina. Pero el propio Molinuevo, que las conducía, declaró, al ser apresado e interrogado, que él comandaba -dieciocho mil quinientos hombres.

Las fuerzas de infantería de marina que podían resistirle en la zona estaban en el mejor de los casos en proporción de uno contra diez, y quizá de uno a veinte. El contacto, afortunadamente, no se produjo. Pero ello no fué obra de la casualidad. Es indudable que las tropas de Molinuevo y las Boucherie, que venían desde el sur con la sexta división habrían ocupado Espora y Bahía Blanca, para asediar luego Puerto Belgrano, de no mediar la aviación naval que, durante tres días martilló incesantemente las columnas en marcha.

Los números expresan mejor que los adjetivos lo que fué esa Batalla del Sur: El total de horas voladas ascendió a más de 1.100. Se realizaran incontables ataques de hostigamiento con ametralladoras y se lanzaron 646 bombas. Los pilotos que volaron fueron sesenta y seis.

El 18 de septiembre la situacion militar en la zona podía calificarse de muy grave. Baste señalar que la vanguardia blindada de las fuerzas de represion se había situado a dos o tres horas de marcha de Bahía Blanca, que en esta ciudad se movilizaban ya las patrullas civiles, como ocurriera en Córdoba, y que en la propia base de Espora hubo esa noche un principio de evacuación de las familias de oficiales.

Solamente si la ubicamos en este panorama cobra un verdadero sentido la temeraria hazaña de Estivariz, Irigoin y Rodríguez, al volar repetidas veces a baja altura y en una anticuada máquina sobre un regimiento mecanizado.

Hablamos con un testigo y más tarde actor principal de los hechos. Caracterizado vecino de la zona, el señor Carlos Mey recuerda con emocionada palabra aquella lúgubre mañana del 18, en que las fuerzas represivas ocuparon Saavedra. -A la madrugada -nos informa- llegó el regimiento escuela de tanques de Ciudadela. Estaba formado por seis tanques Sherrnan y seis unidades blindadas que venían por ferrocarril, además de otros vehículos con tropas. Tomaron el pueblo sin hallar resistencia.

"A las nueve comenzaron a desembarcar los tanques. Media hora después apareció el primer avión naval." Era un Beechcraft. Bombardeó la estación, destruyendo una locomotora y un vagón, pero sin alcanzar a los Sherman. A las once y media -aparecieron dos Grumman. Uno de ellos era el que piloteaba el capitán Estivariz, jefe de la escuadrilla.

Había decolado de Espora a las 10.48. -Hizo varias pasadas sobre la zona de la estación ferroviaría, lanzando bombas y ametrallando -nos dice Mey-. Me pareció que cada vez volvía a más baja altura. Era evidente su deseo de no causar daños a la población civil.

Este humanitario afán de precisión fué quizá lo que les costó la vida. "Al cruzar el pueblo por última vez, la máquina fué alcanzada por una barrera de fuego tendida por dos tanques y dos carros blindadas.

Empezó a incendiarse por la mitad del fuselaje y perdió altura. El piloto reaccionó acelerando a fondo, pero el Grumman picó bruscamente y se estrelló contra un galpón de material que se alzaba ya en pleno campo. Estallaron la nafta y las dos bombas que llevaba."

Mey se dirigió apresuradamente al lugar de la catástrofe para intentar un desesperado y sin duda inútil rescate de los piloto del avión cuyos restos ardían fragorosamente.

Las fuerzas ocupantes le cerraron el paso. Más tarde pidió permiso para extraer los cadáveres. Parece increíble, pero le fué negado. Y así, aquellos despojos gloriosos quedaron abandonados en la inmensidad de la noche. Sólo las estrellas velaban. A la mañana siguiente el señor Mey, su abnegada esposa y el párroco del pueblo pudieran al fin retirar los cuerpos, identificarlos y colocarlos en sus respectivos ataúdes.

Un policía les previno que no los tuvieran en su casa, "para no despertar la irritación popular".

Horas más, sin embargo, y la revolución triunfaba en todo el pais. Nuestro informante se obstina en que no mencionemos su nombre. Se lo prometemos. Pero ése es el compromiso que los periodistas violamos más fácilmente cuando nos encontramos ante los atributos del coraje civil.

(*) Fuente: Artículo de la revista Leoplan, Nº 535, del 1º de Octubre de 1956 páginas 46 a 49. Con los detalles del homenaje a los fallecidos, fotos y un relato de un testigo.





El lugar 38 años después:


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Marcha de la Libertad