EL PARTIDO OFICIAL (*)
Cómo se constituyó
En una de sus conferencias sobre conducción política ha dicho el dictador cómo comenzó a formar su partido. Aunque todos lo recuerdan todavía, conviene conocer sus propias palabras, ya que el libro que las contiene sólo ha llegado a un grupo de sus adictos.
“Cuando fui a la Secretaría de Trabajo y Previsión, en 1944, me hice cargo, primero, del Departamento Nacional de Trabajo y desde allí pulsé la masa. Comencé a conversar con los hombres, a ver cómo pensaban, cómo sentían, qué querían, que no querían, que impresión tenían del gobierno, cómo interpretaban ellos el momento argentino, cuáles eran sus aspiraciones y cuáles eran las quejas del pasado. Fui recibiendo paulatinamente, como mediante una antena muy sensible, toda esa inquietud popular.
Después que percibí eso, hice yo una apreciación de situación propia, para ver qué era lo que resumía o cristalizaba todo ese proceso de inducción, diremos, de la masa. Llegué a una conclusión y comencé una prédica, para llevar la persuasión a cada uno de ellos que me escuchaban sobre qué era lo que había que hacer. Lo que había que hacer era parte de lo que ellos querían y parte de lo que quería yo. Quizá alguna vez no les satisfacía del todo lo que yo quería; pero, en cambio, les satisfacía todo lo que ellos querían y que yo había interpretado, y se los decía.
Algunos, cuando yo pronuncié los primeros discursos en la Secretaría de Trabajo y Previsión, dijeron: “Este es comunista”. Y yo les hablaba un poco en comunismo. ¿Por qué? Porque si les hubiera hablado otro idioma, en el primer discurso me hubieran tirado el primer naranjazo… Porque ellos eran hombres que llegaban con cuarenta años de marxismo y con dirigentes comunistas.
Lo que yo quería era agradarles un poco a ellos, pero los que me interesaban eran los otros, los que estaban enfrente, los que yo deseaba sacarles. Los dirigentes comunistas me traían a la gente para hacerme ver a mí que estaban respaldados por una masa. Yo los recibía y les hacía creer que creía eso. Pero lo que yo quería era sacarles la masa y dejarlos sin masa. Es el juego político natural; es lógico. Cuando les halaba a los hombres, les decía primero y mezcladito lo que había que hacer, lo que yo creía y que quizá ellos no creían. Pero cuando yo les decía la segunda parte, que era lo que ellos querían, entonces creían todos, y se iban con sus ideas y con las mías, y las desparramaban por todas partes.
Empezaron a decir: hay un loco en la secretaría que dice algunas cosas que son ciertas, que nos gustan a nosotros, Llegaban diez y les hablaba a diez; si llegaban diez mil les hablaba a diez mil; si llegaba uno le hablaba a uno. Era mi tarea.
Mi tarea era persuadir. Durante casi dos años estuve persuadiendo, y como iba resolviendo parte de los problemas que me planteaba la gente que yo iba recibiendo, la gente fue creyendo no solamente por lo que yo decía, sino también por lo que hacía. Esa persuasión paulatina me dio a mí un predicamento político del que yo carecía anteriormente. Yo no tenía antes nada de eso dentro de la masa, pero lo fui obteniendo con mi trabajo de todos los días y con una interpretación ajustada de lo que era el panorama de lo que esa gente quería y de lo que era.
Cuando llegó el momento que todos creían que ese trabajo era vano, que yo había perdido el tiempo hablando, sobrevinieron todos los acontecimientos que me demostraron a mí y a todos los demás que no habíamos trabajado en vano, que esa masa estaba ya, mediante un proceso lento pero bastante efectivo, captada, con lo que ya tenía el primer factor que es necesario tener para conducir, que es la unidad total y que se obtiene cuando la masa comienza a estar organizada. La masa inorgánica comenzó a tomar unidad y a ser conducible. Es indudable que para esto tiene gran importancia que el que conduce sepa utilizar lo que tiene a mano para hacerlo. El proceso de capacitación de la masa, si uno fuera a tomar uno por uno, es inalcanzable. Es algo así como el que quiere terminar con las hormigas arrancándolas una por una y tirándolas al fuego. Hay un procedimiento mucho más eficaz que los hombres olvidan, que es el de tomar a la masa en grandes sectores. Los políticos nunca habían utilizado la radio para su acción. Más bien utilizaban las conferencias callejeras, donde los hombres los veían. Yo también me hice ver, primero, porque eso es indispensable. La acción de presencia y la influencia directa del conductor es importante, pero la mayor parte de la masa ya me había visto y yo, entonces, les hable por radio, que era como si me siguieran viendo. De manera que yo les hablaba a todos. Imagínense lo que significa la utilización de los medios técnicos en la política, cosa que no habían hecho mis antecesores. Por eso me fue posible el día anterior a las elecciones, dar una orden que el día siguiente todos cumplieran. Fue así como ganamos las elecciones. Nuestros adversarios políticos, cuando nosotros dimos esa orden, se reían, pero después del escrutinio ya no se rieron tanto. Era lógico. Eran sistemas mediante los cuales asegurábamos una unidad de acción de la masa peronista que ellos no pudieron asegurar. Esa sorpresa, mediante el mantenimiento del secreto hasta el último momento, fue la que nos permitió, de un solo golpe, decidir la acción a nuestro favor” (1).
A la vez que atraía a los dirigentes de los trabajadores, el ambicioso coronel de aquella época intentó la captación de los políticos a quienes tanto vituperó posteriormente. Su posición oficial facilitaba la empresa. En entrevistas privadas les habló según conviniera al caso. Se mostró enemigo del “régimen” a los radicales, y adversario de éstos a los conservadores; agitó el peligro comunista a los católicos y el imperialista a los promotores del nacionalismo. A los industriales y comerciantes les quiso convencer de que su acción los favorecería porque implicaba la defensa del capital frente a las tendencias extremistas, fortalecidas en casi todos los países de Europa después del triunfo soviético en la segunda guerra mundial.
De todos los partidos y grupos consiguió separar elementos. Presentían algunos de estos que el coronel movedizo y parlanchín montaría el “caballo del comisario” y, por lo tanto, ganaría la carrera. Seducía a otros la posibilidad de salir del anonimato en que hasta entonces andaban hundidos dentro de sus agrupaciones, y no faltaban quienes sólo se conformaban con hacer convenientemente negociados.
El coronel aceptaba a todos. Necesitaba sumar de cualquier manera para luego ganar en cualquier forma. No consiguió, cierto es, mucha gente de positiva valía, pero en realidad no le interesaba. Hacía una “guerra de montonera”, como él mismo dijo, y para ella no le eran menester sino modestos ejecutores en la mayor cantidad posible.
Muy pocas coincidencias había entre los dos sectores principales de ese conglomerado. En el de los trabajadores, reunidos o no en sindicatos, había de todo: socialistas, comunistas, sindicalistas, anarquistas. En el otro había nacionalistas, católicos, liberales. Unirlos no era fácil, y menos aún, con rapidez a fin de que sirvieran en la próxima contienda comicial.
Zurció el coronel unos cuantos principios generales que tanto sirvieran para un roto como para un descosido, los estructuró luego en lo que llamó su “doctrina”, peroró copiosamente para hacerla entender a la gente sorprendida de su inigualada verborrea, y así improvisó un conglomerado suficiente para afrontar la elección del 24 de febrero de 1946.
Triunfó. Obtuvo 1.479.511 votos y se adjudicó 304 electores. La fórmula de la oposición, Tamborini - Mosca, logró 1.210.822 votos y solo 72 electores de Córdoba, Corrientes, San Juan y San Luis. (2)
Este triunfo hubiera satisfecho a cualquier otro partido, sobre todo a uno de reciente formación. Pero no satisfizo al coronel que lo había creado. Necesitaba una mayoría más neta, como las que en Alemania y países comunistas alcanzaban los regímenes gobernantes. Solamente así podría jactarse de que su partido era la nación misma y no el grupo más numeroso de ella.
Por lo demás, aquella mayoría precaria, conseguida a fuerza de astucia e intimidación, podría desvanecerse en cualquier elección venidera. Para evitar esa contingencia, no había que dormirse. Nada de esperar nuevos comicios para hacer propaganda. Hablar al pueblo en seguida, hablarle directamente, obsesionarlo, distraerlo, halagarlo, indignarlo contra los enemigos verdaderos o supuestos, estar siempre presente ante él, de modo que casi nada pudiera hacerse o decirse sin que de un modo u otro no se nombrara a su conductor.
En un principio su partido se llamó "Laborista", luego “Partido Único de la Revolución”. Pero –ha dicho el dictador- sus amigos “continuamente insistían en utilizar la designación del Partido Peronista”, y a principios de 1947 le pidieron autorización para darla a todas las fuerzas que lo seguían. Consintió.
Nadie, en el pasado, hubiérase animado a tanto. Ni los rivadavianos ni losurquicistas, mitristas, alsinistas, roquistas, juaristas, pellegrinistas o yrigoyenistas, seguidores de figuras de gran predicamento político en diversas épocas de nuestra historia, pensaron jamás en dar “oficialmente” tales denominaciones a los partidos en que estaban enrolados. Si a algunos obsecuentes se les hubiera ocurrido tamaño despropósito, los jefes los hubieran censurado, porque, por más decisiva que fuera su influencia y difundida su popularidad, la calificación personalista de sus partidos no sólo contrariaba sus convicciones democráticas, sino también su discreción y buen gusto. Ni siquiera los dictadores europeos que el coronel tuvo por maestros, llegaron a dar sus nombres a los partidos que habían formado.
Tampoco se hubiera animado nadie, en otro tiempo, a crear un escudo para su partido, con ánimo de equipararlo con el nacional y con la intención, si posible fuera, de reemplazarlo.
En cientos de miles de ejemplares se lo mostró en todas las oficinas y actos públicos, como un símbolo más de la Nación. La provincia del Chaco –que entonces se llamó Presidente Perón- lo adoptó como propio. “Este escudo –decía su ley Nº 4, artículo 1º.- será exactamente igual al escudo del Partido Peronista, es decir, de fondo azul en la parte superior y de fondo blanco en la parte media inferior; una pica dorada sosteniendo un gran gorro frigio en color rojo y dos manos entrelazadas sosteniendo ese símbolo; además, tendrá un marco dorado circundando al escudo, y tres hojas de laureles en fondo dorado, y en el casquete de éste, un medio sol dorado”. A todo esto, que distingue el escudo originario del partido, el de aquella provincia agregaba “en la parte superior, mirando hacia el exterior, la cabeza del creador del justicialismo”.
Jefe único e indiscutido del “movimiento” era el dictador. El secretario general de la CGT y los presidentes de las dos ramas del partido, y por lo tanto todos sus organismos y dirigentes, no eran más que dóciles ejecutores de su voluntad.
Eduardo Vuletich, secretario de la central obrera, ha declarado lo siguiente: “El ex presidente no daba órdenes sino que, habitualmente, hacía insinuaciones o sugestiones que en la práctica importaban verdaderas órdenes, ya que si no eran cumplidas se hacían pasibles quienes las habían recibido de las sanciones del gremio u organización a que pertenecían; además, si satisfecha la orden recibida, su resultado era contraproducente, no se podía imputar al ex presidente el error, ya que él no la había dado simplemente, insinuado, asumiendo el ejecutor la responsabilidad del error” (3).
“A mí me creían presidente del partido –ha dicho Alberto Teisaire- pero no lo fui. Presidente del partido era Perón. La dirección maestra era un poco decorativa; no podíamos hacer nada sin una orden que estuviera escrita y planificada”.
Lo mismo aconteció en la rama femenina de la agrupación, con la sola diferencia que, mientras pudo, la dirigió “la Señora”, y luego el dictador.
Cómo se desarrolló
El éxito atrae al éxito, sobre todo cuando quien lo busca carece de escrúpulos. En 1946 el gobierno de Corrientes había sido ganado por la Unión Democrática. De inmediato se interino esa provincia y el Senado rechazó a quienes debieron representarla en su seno. Era una advertencia. En adelante no se admitiría que el partido oficialista fuera derrotado. Desde entonces triunfó no sólo en Corrientes sino en todas partes.
Con tal seguridad y con la presunción de que por mucho tiempo no habría posibilidad de cambio, quienes buscaban las ventajas y prebendas del oficialismo se volcarán al partido gobernante. Siempre había sucedido así y no podía esperarse otra cosa.
Pero eso no bastaba, puesto que a pesar de ello los gobiernos solían perder elecciones. Entonces comenzó a practicarse la coacción.
Las primeras víctimas fueron los empleados y funcionarios públicos. El dictador les exigía “la lealtad”, “entendiendo como tal la compenetración con los principios políticos, sociales y económicos inspiradores de la obra que desarrollaba el gobierno. Sin esa compenetración –decía en una de las circulares confidenciales pasadas a sus ministros en octubre de 1948- “el trabajo resulta consciente o inconscientemente, obstaculizador… Nuestro gobierno arranca de una revolución de sentido popular, preconizadora y prácticamente de la implantación de una política social que no puede ser sentida ni siquiera comprendida por una burocracia formada por la oligarquía capitalista y puesta al servicio de sus intereses de clase y no al de la colectividad. Por todo ello, recuerdo a los señores ministros la obligación en que se encuentran de sanear las oficinas a su cargo eliminando de las mismas a los empleados ineptos y a los que voluntaria o involuntariamente realicen una obra contraria a las normas de la revolución.
Para llegar a ese saneamiento y a aquella doble selección, firmaré cuantos decretos de cesantía y de exoneración considere justos y me sean sometidos por los señores ministros” (4).
Cuatro años después en la Tercera Conferencia de Gobernadores, expresó poco más o menos lo mismo. “una de las observaciones más fundamentales que hemos hecho nosotros es que todavía en la administración pública hay muchas personas que están fuera de su orientación diríamos así; ideológica en consecuencia, son saboteadores o inconscientes de la función pública. Esto se da en el orden de los funcionarios como los empleados de la administración pública, ya sea federal o provincial”. Luego de señalar el derecho del gobierno a poner en ejecución sus ideas, agregó que no debía quedar ni un solo empleado que no compartiera “total y absolutamente” su manera de pensar y sentir en lo que se refiere al orden institucional, administrativo y de gobierno dentro de todo el territorio de la República. “En esto hay que extremar: se lo deja o se lo exonera, según corresponda, por la simple causa de ser un hombre que no comparte las ideas del gobierno; eso es suficiente” (5)
Consecuencia de esa directiva fue la afiliación en masa. Los tímidos, los pusilánimes, los necesitados, los tibios, los indiferentes, los miedosos, se apresuraron a inscribirse en el partido. Se sabían observados y temían las delaciones.
En vísperas de la renovación presidencial de 1952, la acción proselitista fue aún más decisiva. Había que adherirse a la reelección del dictador, firmar los pedidos que sobre ella se hacían circular, contribuir a los gastos de la campaña, concurrir a las manifestaciones de público homenaje y a cuanto acto revelara la lealtad incondicional.
El miedo aumentó, y de él se benefició la dictadura y el partido que la sostenía. Cuando cayó en 1955 casi no había empleado o funcionario público que no estuviera afiliado.
La fuerza del “movimiento” era aparentemente incontrolable. En los comicios de abril de 1954, para la elección de vicepresidente y legisladores, obtuvo 4.994.106 votos contra 2.493.422 de la UCR. Era casi el 70% que el dictador había ansiado siempre. Podía confiar en el porvenir.
Un año y medio después lo construido sobre mentira, el miedo y la coacción, se vino abajo.
Cómo se sostuvo
Nunca ha sido fácil el sostenimiento económico de los partidos políticos. Apenas pueden contar con el aporte regular y periódico de sus afiliados, sobre todo si son de modestos recursos y sólo por excepción con donaciones de discreta importancia. La precariedad de medios los obliga, entre una y otra campaña electoral, a clausurar muchos de sus locales y a reducir al máximo la acción proselitista. En vísperas de comicios requieren contribuciones extraordinarias de afiliados, simpatizantes y amigos, insuficientes en la mayoría de los casos para costear los crecidos gastos de la campaña.
Ni siquiera cuando un partido ejerce el gobierno debe contar con otros medios que los privados. Si esto no fuera así, el gobierno y el partido carecerían de decoro. El gobierno administra bienes del Estado, es decir de la Nación políticamente organizada. De ningún modo y por ningún motivo esos bienes pueden servir a un partido, aunque haya conquistado el poder, porque por más importante que sea sólo representa a una parte de la opinión pública.
Los gobiernos corrompidos y los regímenes totalitarios confunden al Estado con el partido gobernante. Para ellos, el partido es la Nación, y por consiguiente el Estado. El resto, como decía Perón son los barbaros (6). Que no cuentan sino como enemigos a quienes es preciso destruir.
Todos los medios de que disponía el Estado estuvieron, durante la dictadura, al servicio del partido oficial, y es probable que muy pocos de sus dirigentes hayan dudado de que así debía ser. Uno de ellos, Héctor J. Cámpora, ex presidenta de la Cámara de Diputados de la Nación e interventor del partido en la Capital Federal, consideraba muy natural la contribución de los organismos estatales, porque, a su juicio, “debían coadyuvar en la medida de sus posibilidades a la consecución de los objetivos perseguidos por el movimiento” (7). Para otro, Vicente Carlos Aloé, gobernador de la provincia de Buenos Aires, era perfectamente correcto que la Municipalidad de la Ciudad de La Plata pagara permanentemente el alquiler de un edificio a la sociedad La Gauloise, ocupado por la CGT, dado que ésta “desarrollaba una actividad gremial que lo justificaba” (8). Era el criterio general, revelador, sin duda, de supina ignorancia y de ilimitada desaprensión.
Cuando el Partido Peronista Femenino necesitó instalar la sede de su consejo superior, el Ministros de Transporte le cedió dos pisos del inmueble avenida Roque Sáenz Peña 570; la Cámara de Diputados le proveyó de muebles; el Ministerio de Salud Pública de un consultorio ontológico completo, camillas para inyecciones y exámenes y una mesa e instrumental ginecológico de cirugía de emergencia y general; la Subsecretaría de Prensa y Difusión le proporcionó dos cámaras cinematográficas y la Municipalidad de Buenos Aires no sólo amueblo y decoró la sala de espectáculos e instaló los camarines de los artistas, sino dispuso la entrega de casas prefabricadas y locales varios con destino a las unidades básicas (9).
En el resto del país se hizo lo equivalente en locales y dependencias de la Nación y de las provincias. En la de Buenos Aires “el gobernador Mercante proporcionaba a la sede del partido, en La Plata, los elementos necesarios para su gestión, como ser papel, estampillas, sobres, nafta, las reparaciones y arreglos de las sedes de las unidades básicas, por intermedio de la Municipalidad de dicha ciudad, así como también los automóviles de la gobernación (10).
La casi totalidad del personal empleado en el Partido Peronista Femenino pertenecía a la administración pública y era pagado por ella (11). Imposible es estimar lo que esto importó durante varios años, pero a modo de ejemplo daremos algunas cifras suministradas por unos cuantos departamentos gubernativos. Sólo se refieren a unas 1.604 empleadas públicas, que trabajaban en diversas unidades básicas.
Si se calcula una asignación correspondiente a un sueldo básico de $ 700.- m/n., durante 65 meses, o sea desde que esas empleadas ingresaron a la administración nacional a partir del 1º de abril de 1950 hasta la fecha en que cesó su adscripción a las referidas unidades, o sea hasta el 31 de septiembre de 1955, habíase malversado la cantidad de $ 119.485.652,65 según el siguiente detalle:
Sueldo básico, $ 700 de 1.604 empleadas durante 65 meses m$n 72.982.000.
Aguinaldo m$n 6.081.833,33
Salario familiar desde el 1/1/52 al 31/9/55 calculando una persona a su cargo m$n 5.293.200.-
Bonificación decreto 6.000/52 desde 1/3/52 al 31/9/55 m$n 13.473.600.-
Bonificación decreto 7.025/51 desde 1/1/51 al 30/9/55 m$n 12.575.360.-
Aporte patronal:
6% hasta 31/1/52 m$n 1.605.603.99 – 14% desde 1/2/52 en adelante m$n 7.322.527,33 TOTAL: m$n 8.928.131,32
Seguro de vida:
$ 0.75 mensuales desde el 1/1/51 al 31/12/53 m$n 43.308.- / $ 2,75 mensuales desde el 1/1/54 al 31/9/55 m$n 88.220 TOTAL: 131.528.-
TOTAL: m$n 119.465.652,65
En esa cantidad no se incluyen, como se ha visto, los gastos que demandó el uso de automotores de propiedad del Estado, puestos al servicio de algunas calificadas empleadas.
Tampoco se señala el valor locativo de los locales ocupados por las unidades básicas, ni de las viviendas utilizadas por dichas empleadas en edificios nacionales, provinciales o municipales.
La presidente del consejo superior del partido ha declarado también que los funcionarios del mismo poseían carnets y pases libres de tránsito para todos los ferrocarriles de la República y que la gobernación de Buenos Aires abonaba los pasajes que necesitaban los dirigentes señalados por la delegada censista.
Juana Larrauri, que cumplia tales funciones en Entre Ríos, expresó que de acuerdo con un pedido de Eva Perón al gobernador, general Albariño, esa provincia contribuyó con $ 3.500.- mensuales hasta el mes de septiembre de 1955.
“La provincia de San Luis –dice el informe de la Comisión Investigadora Nº 47- pagó asimismo el tributo al “movimiento” proveyendo automotores, choferes, combustible, lubricantes, viáticos y hasta tuvo que abonar $ 20.262,55 m/n. por la reparación de su coche Chevrolet –modelo 1946-, que había facilitado. Esa provincia contribuyó también con máquinas de escribir, cocinas, estufas, herramientas, y entre otras cosas con las fincas lote 9 del barrio Sosa Loyola, y la sita en Colón y Ayacucho, por la que abonaba la provincia a su propietario, señor Jorge Barboza, $ 1.100 mensuales en concepto de alquiler.
“El Ministerio de Transporte (nota SG Nº 58/56), informa de la contribución prestada al Partido Peronista con la facilitación de 182 pases con derecho a cama, que hiciera por pedido de su presidente Alberto Teisaire.
“Por su parte, el Ministerio de Hacienda de la Nación, entre otras muy diversas prestaciones gratuitas al Partido Peronista –empleados, automotores con chofer, nafta, aceite, muebles y útiles- desde fines de 1950 hasta octubre de 1955, facilitó los siguientes locales para unidades básicas: Capital Federal, barrio C. Saavedra, casa Nº 188; Ezeiza, barrio Esteban Echeverría, casas Nos. 63 y 83; Matanza barrio General Belgrano casas Nos. 314 y 2.877; Caseros barrio Villa Caseros, casa 1.A.
“En Salta, barrio General Güemes, casa Nº 75; en Catamarca barrio Los Ejidos, casa Nº 35, barrio El Mástil, casa Nº 37, barrio Fray Mamerto Esquiú, casas Nos. 1 y 2, barrio Chumbicha G-2, casa Nº 2; en Santiago del Estero, barrio Libertad, casa Nº 205; en Corrientes, barrio Yapeyú, casa Nº 175; en San Luis, barrio Aristóbulo de Valle, casa Nº 7-F, y en Resistencia, barrio Nº 16, casas Nos. 4, 11 y 36.
“Los alquileres que debieron devengar estos inmuebles durante el lapso que los ocupó gratuitamente el Partido Peronista, ascienden a $ 181.857,73; las refecciones que debió hacer el Ministerio de Hacienda cuando las recuperó importaron $ 4.283, lo que totaliza $ 186.140,73.
“La provincia de La Pampa no escapó a esta regla. De entre las contribuciones que hiciera al Partido Peronista señalaremos sólo algunas por su significación:
“Entregas en dinero efectivo:
UES (12) General Pico $ 1.000.-
UES General Pico $ 2.453,30 Expediente 15.804/54
Unidad Básica General Pico $ 2.000.- Expediente 15.804/54
Delegación Regional CGT $ 10.000.- Expediente 595/55
Equipo Sonoro Cine p/ Int. Partido Peronista $ 15.000.- Expediente 9.718/54
Cuadro Eva Perón $ 4.000.- Expediente 15.414/54
Reintegro subvención a CGT p/ Día de la Lealtad $ 3.000.- Expediente 13.846/54
Partido Peronista $ 10.000.- Expediente 10.134/54
Juventud Peronista $ 70.000.- Expediente 6.974/54
“En el mismo expediente 24/56, consta el detalle de los muebles, útiles de oficina y hasta un juego completo de dormitorio, juego de living, cortinados, alfombras, ropas y vajilla, “que la delegada censista Erminda Villanueva de Seefeldt tenía en uso en su domicilio particular y que pertenecen a la provincia.”
Las concentraciones públicas en Buenos Aires y en el interior, y muy especialmente las campañas electorales, requerían el aporte ilimitado de las reparticiones públicas. Empleados, automotores, pasajes en ferrocarriles, ómnibus y barcos, todo cuanto podía necesitarse en tales emergencias, incluso el alojamiento y alimentación de grandes cantidades de gente movilizada, era puesto al servicio del “movimiento”.
Estaban forzados a hacer lo mismo las compañías de transporte vinculadas al Estado. Cuando se realizó en agosto de 1951 el “cabildo abierto del justicialismo”, por ejemplo, la Compañía Argentina de Navegación Dodero, en liquidación, se vio obligada, por pedido del ministro de Transporte, a dar alojamiento en sus buques “Córdoba” y “Buenos Aires”, con desayuno, almuerzo y comida, todo sin cargo, a novecientas personas, y por solicitud de la CGT debió alojar en el “Yapeyú”, en igual circunstancia e idénticas condiciones, a quinientas personas más. Aparte de eso debió proveer de desayuno a treinta y dos mil concurrentes a tal acto.
Algo semejante sucedió el 17 de Octubre siguiente, con motivo de celebrarse el denominado “Día de la Lealtad”, en que la empresa debió compartir por partes iguales con la Flota Mercante del Estado los gastos de provisiones para los servicios de almuerzo y comida de los concurrentes venidos del interior.
No debemos fatigar al lector con más detalles sobre el particular. Bastan los referidos para documentar lo que es de conocimiento público, pero que el tiempo haría olvidar si de ello no quedara constancia.
A diferencia de los partidos de la oposición, perseguidos y pobres, el oficial no tuvo problemas de sostenimiento. Bastábanle los recursos del Estado, pero también contaba con las donaciones, casi siempre forzosas, requeridas a empresas y personas interesadas en no malquistarse con los peligrosos solicitantes (13). Sobre tales donaciones el partido no pagaba impuestos. La Dirección General Impositiva lo había eximido, fundada en que la ley respectiva dispone que están exentos de él los réditos que obtengan las asociaciones y entidades civiles de existencia social, caridad, beneficencia, etcétera. Ninguno de esos casos era el del partido oficial, pero importaba poco.
Cómo elegían sus candidatos
La agrupación gregaria, formada en poco más de dos años, sin tradición alguna y sin conocimiento de si misma, no tuvo tiempo de organizar sus cuadros directivos antes de las elecciones de 1946. No hubiera podido, en consecuencia, designar sus candidatos por cualquiera de los medios habituales, sea el de votación directa de los afiliados o el de la elección por asambleas o cuerpos más reducidos. Se vio obligada a designarlos de cualquier manera, teniendo en cuenta, principalmente, a los muy pocos afiliados de cierta notoriedad, y dejando que el resto, saliera al azar. Es posible que, para el caso, contara un tanto la voluntad del jefe, pero no era mucho lo que él mismo conocía de su partido.
Con el tiempo hubieron algunos cambios, pero no esenciales. Aumentó considerablemente la influencia de “la Señora”, y el propio dictador hizo valer la suya, pero entonces, como al principio, no contaban para nada los afiliados.
De las indagatorias hachas a los legisladores del partido, resulta que la candidatura de gran número de ellos fue señalada por el presidente, su esposa y por algunos influyentes en el ánimo del matrimonio. (Declaraciones de Judith Elida Acuña de Giorgetti, Josefa Dominga Brigada de Gómez, María Rosa Calviño de Gómez, María del C. Casco de Agüer, maría Elena Casuccio, António J. C. Deimundo, Elena Di Girolamo de Valente, Esther Mercedes Fadul, Virgilio M. Filippo, Dora M. Gaeta de Iturbe, Bernardo gago, Jorge N. Gianola, Alberto Antonio Graziano, Mario Guberville, Mafalda Piovano de Castro, Zulema N. Prácánico y Carmen Salaber).
Otros fueron hechos candidatos a diputados o a senadores nacionales por decisión de las delegadas o subdelegadas censistas, y en muchos casos ellas mismas fueron designadas. (Casos de Generosa Aguilar de Medina, Hilda N. C. de Baccaro, María Nélida Costa, Nélida Antónia Domínguez de Miguel, Camila Flores de Quinteros, Ana Carmen Macri, Amelia Pardo Lavanchi, Ceferina Rodríguez de Copa.)
La inmensa mayoría de los elegidos supieron con sorpresa por los diarios o la radio de sus designaciones, enterábanse después acerca de quienes los habían propuesto, y hasta existe el caso de un legislador que nunca supo por qué ni por indicación de quien fue elegido diputado nacional. (Declaraciones de Teodomiro de la Luz Agüero, Héctos A Blasi, Máximo Alejandro Bosco, María del C. Casco de Agüer, María Elena Casuccio, Zelmira de Luca de Soto, Luis D’Jorge, Francisco Giménez, José María Maldonado Lara, Blanca Moreno Bianchetti de Moyano, Orlando L. Parolin, Ramona I. Pereira de Keiler, Tito V. Pérez Otero, Oreste Tofanelli, Ángel Kiyoshi Gashu.)
Salvo contadas excepciones los candidatos del partido carecían de actuación política anterior. La mayoría era inexperta, y muchos de ellos carecían de la preparación mínima necesaria para el ejercicio de la función pública.
Eso no importaba. Era suficiente con que fueran dóciles, que dijeran e hicieran lo que se les mandaba, sin reserva alguna, aunque contrariaran ideas y sentimientos íntimos; que lo hicieran “con fanatismo”, como pedía “la Señora” y como antes de ella había exigido a los suyos Adolfo Hitler.
Su disolución
En pleno delirio de grandeza se proyectó la construcción de un monumental edificio para sede del partido oficial. En él tendrían sus sedes el consejo superior, la intervención del distrito federal, la juventud peronista, la peña de amigos y se instalarían el hotel para dirigentes del interior, los salones de conferencias, exposiciones, exhibiciones y otros actos.
Debía ese edificio ser gemelo y simétrico del que en la actualidad ocupa el Ministerio de Obras Públicas de la Nación, uniendo a ambos por un arco en la parte superior, sobre la avenida 9 de Julio, cuyo nombre se cambiaría por el de Eva Perón.
Su costo calculado en cien millones de pesos, se financiaría mediante la importación de 1.000 automóviles que se venderían con un sobreprecio de cien mil pesos cada uno.
Ese edificio, como jamás podría hacer otro igual un partido democrático, hubiera sido un monumento a la obsecuencia, al sometimiento y a la adulación.
No llegó a construírselo.
En cuanto al partido cuyas autoridades debió albergar, fue disuelto el 30 de noviembre de 1955 por decreto del gobierno de la Revolución Libertadora. Sus “considerandos” coinciden con el juicio que sobre aquél ha formulado la ciudadanía libre y que la historia ha de recoger algún día.
NOTAS:
(1) Conducción política, página 248.
(2) (Nota del transcriptor) Antes de la reforma la elección de Presidente y Vicepresidente de la Nación se hacía por sistema de electores. El voto no era directo, sino que se votaba a un grupo de personas que reunidos en congreso votaban al presidente y vice.
(3) Declaración de Eduardo Vuletich en expediente “Degliuomini de Parodi, Delia s/ investigación general, foja 211.
(4) Circular confidencial Nº 1 del 22 de octubre de 1948, dirigida por el presidente a sus ministros.
(5) Tercera conferencia de Gobernadores, página 177.
(6) Tercera Conferencia de Gobernadores, página 31.
(7) Comisión Investigadora de la ex Secretaría de Asuntos Políticos, sumario 19, declaración 15.
(8) Ibíd., declaración 97.
(9) Declaración de la presidente del Consejo Superior del Partido Peronista, Delia Degliuomini de Parodi, en el expediente sobre información general.
(10) Ibíd.
(11) Ibíd., declaración de José Justo Marrón, de la tesorería del partido, foja 128.
(12) (Nota del transcriptor) UES “Unión Estudiantes Secundarios”.
(13) La venta del “Almanaque peronista” –según resulta de una lista incompleta hallada en la sede central del partido- produjo $ 10.800.00. Fueron sus adquirentes, por crecidas cantidades, empresas industriales y comerciales de considerable importancia.
FUENTE
(*) Libro Negro de la Segunda Tiranía – Ley 14.988 – Comisión Nacional de Investigaciones Vicepresidencia de La Nación - Buenos Aires 1958 – Páginas 35 a 55.